1996
La situación del 1996 guarda alguna que otra similitud con
el presente. No se acordará casi nadie, pero también hubo una crisis económica
–no tan relevante, por supuesto. Claro que, como oí decir a un tertuliano, con
la condescendencia que caracteriza a este tipo de ser, el capitalismo es cíclico, siempre tiene crisis, ya lo dijo Adam Smith,
lo sabemos desde los tulipanes [holandeses].
El mantra neocon cansa, el tertuliano
también, y el ejemplo de la crisis de los tulipanes holandeses no es una buena
metáfora del funcionamiento del capitalismo, sino de la estupidez humana. ¿Cómo
puede hacerse burbuja un tulipán? ¿Por qué pagar precios desorbitados por una
planta? Sí, ya…pago hoy y vendo mañana más caro, porque, como todo el mundo
sabe el precio de los tulipanes nunca
baja. Algo así se decía sobre la vivienda a finales de los noventa, cuando
España era en sí misma un milagro.
Como decía, la situación era parecida, no tanto porque
hubiera crisis, pues España etimológicamente viene de esa palabra, sino porque
en ese año se produce un cambio de gobierno que echa a patadas a Felipe
González Márquez y coloca al milagrero José María Aznar. No toca meterse con
Aznar, está de modé. El caso es que el cambio de gobierno produce la salida del
PSOE tras una larga legislatura de
catorce años. Durante estos años les dio tiempo, entre otras cosas, a
programar la Bola de Cristal y a
encargarse de cerrarla bien cerrada y enterrada. La Bola de Cristal frió el
cerebro de nuestra generación con ideas tan peregrinas para nuestro actual Ministro
de Cultura como que solo no puedes, con
amigos sí e imágenes de Hitler en las que se oía en off este no lee. Cuando cerraron la Bola de Cristal, el contenido de los programa para niños se resumía
en ver a unos y otros peleando por ganarse (ya, ya sé que Torrebruno ya lo
hacía antes). Sí, mitifico el pasado, pero el presente me da cierta autoridad
para hacerlo.
Vuelvo a desbarrar. Retomo: los españoles dan la patada a
Felipe González tras una última legislatura en la que El Mundo se dedicó sistemáticamente al acoso y derribo del gobierno
socialista. Por otro lado, lo tenía bien merecido: la corrupción política
caciquil era moneda de cambio en la sociedad española y, sabemos, no todo lo
que se publicó sobre el GAL fue un bulo. Hubo terrorismo de estado, bastante
cutre, por lo demás. Así que la derecha, como manda la tradición, había venido
a salvarnos de no se sabe muy bien de qué,
pero por ahí andaba. Lo demás ya se lo saben: hubo una burbuja y después nos
metieron en una guerra, y tuvo que venir la izquierda, una vez más, a salvarnos
no se sabe muy bien de qué. Y después la crisis y, de nuevo la derecha a
salvarnos. Cuando vuelva a ganar Cánovas (o será Sagasta, ahora no sé a quién
le toca le turno) tendremos más del mismo discurso salvífico. ¡Aleluya,
hermanos!
Tanta lección de historia malcontada para llegar al punto
donde todo empieza, 1996. Tenemos un cambio de gobierno tras catorce años de
socialismo. Casualidad, o no, este fue el gran año del Rock Urbano. Una
auténtica explosión creativa de grupos de este tipo de corriente revientan las
listas de discos. Llega a tal punto su impacto que So, payaso de Extremoduro
suena en el top de los 40 Principales (sí la cadena de las tiendas de ropa, la
que mató itunes). La magia del momento o qué se yo, pero en ese año se editan
los discos emblemáticos de los grupos que en aquel momento tiraban de ese
estilo tan dispar que se ha conocido como Rock Urbano: Reincidentes, Platero y
Tú, Barricada, Porretas y, cómo no, Extremoduro. Me dejo fuera,
voluntariamente, a muchos otros como Negu Gorriak o Fermin Muguruza o etc. No
tanto porque no puedan considerarse Rock Urbano (como así parece, NG le daban
al ska o Muguruza a todo lo vivo), sino porque esta entrada responde a
criterios sentimentales: hablaré de los grupos que me impactaron y, además, se
corresponden en mayor medida con esto que viene a llamarse Rock Urbano.
Este estilo musical no era nuevo, claro. Leño o Burning ya
popularizaron este tipo de música durante los ochenta. Música que nació y
arraigó en mayor medida en las zonas deprimidas de las grandes urbes como
Madrid. Desde Carabanchel a Puente Vallecas, esta era la música que se
identificaba con la problemática particular de aquellos a las que iba dirigida.
Así como el rap cumplió en cierta medida esa misma función, el rock urbano caló
profundamente en las escuchas de los urbanitas de clase obrera. Mucho más de lo
que a primera vista pudiera parecer. Bien es verdad que cuando se hace
nostalgia de la movida, estos grupos quedan en la cuneta de la historia con un
tiro en la nuca, las fiestas populares (en donde sistemáticamente se les invita
a tocar) y las camisetas (signos visibles de filiación) convencen de que por
mucho que se les haya querido enterrar, ahí siguen. El heavy y el Rock Urbano, siguen siendo en
España, propiedad de las clases medio bajas. El caldo de cultivo andaba ya
cociéndose, y, salvo honrosas excepciones, todos ellos llevaban sacando discos
desde finales de los ochenta. Claro que poco puede explicar que todos sacasen
discos emblemáticos en ese año.
Estamos acostumbrados a las maniobras comerciales de las
discográficas y pensamos que cada boom está estudiado al dedillo. Pero en este
caso, resulta complicado pensar que varias distribuidoras se pusieran de
acuerdo para explotar al Rock Urbano ese mismo año. Quiero pensar que,
simplemente, pasó. Y ¡cómo paso! Por otra parta, otro punto a tener en cuenta es
que estos discos no pueden leerse como un ataque a la política de Aznar porque
este acababa de llegar y los discos no se suelen producir en cinco minutos. Si
en sus letra hay crítica, esta ya venía lastrada por las malas decisiones de
los socialistas y por una visión del mundo en la que ellos se detectaban afuera
de los grandes discursos del bipartidismo.
Me gustaría destacar, por su carácter extrañamente
prospectivo a Ska-P. Aunque menos rockurbanitas los vallecanos Ska-P producen
El vals del Obrero, una oda de ska popular sobre todos los grandes problemas
que afectaban al currito del momento. Una especie de vivisección de aquello que
se percibía estaba sucediendo. Invito a la escucha de éstos dos ejemplo.
Podemos estar de acuerdo en que los temas a los que se
cantan son universales desde la fundación del capitalismo del xix y, así,
aplicables a otros momentos históricos, minando su capacidad predictiva quedase
diluida. Sin embargo, lo específico de la letra de ñapa es produce cierto
temblor de canillas: ¿estábamos ciegos y ahora despertamos? Si en el 1996 ya se
anunciaron todos los problemas por los que ahora nos rasgamos las vestiduras,
¿qué sucede? ¿Es un mal endémico? ¿Miramos para otro lado? ¿qué nos pasó? O lo
que es peor ¿de verdad esa canción es del 1996 o se escribió antes de ayer?
Aunque hay que situarlo en el 1997 los andaluces Reincidentes (con esa peculiar versión
del Rock Urbano que reivindicaba a la clase rural del sur de España), fueron,
los que siempre expresaron un mayor compromiso político. Aciertan siempre con
el diagnóstico del momento, que, para desgracia de todos, era el diagnóstico
del mundo que nos toca vivir y no de un simple momento coyuntural.
Extremoduro
siempre me pareció el mejor grupo. Precisamente es el menos combativo. Lo que
Robe Iniesta hizo con Extremo fue
trasformar aquella canción pop sobre amor y otras lindezas en desgarrados
cantos líricos de lenguaje crudo que ataba esos sentimientos tradicionalmente
volátiles e idílicos de la canción ligera en viscerales sentimientos convulsos
entre mono y mono. En sus letras podían darse la mano Machado con Albert Pla de
forma natural, como si no se diese una ruptura conceptual entre ellos.
Muchos más quedan fuera, como ya dije. Demasiados para
demasiado poco tiempo. Recordad a Los Suaves.
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