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Un día excelente para un exorcismo


































El padre Karras pecó de ingenuo. Aunque llevaba un par de días viendo a la niña endemoniada, aún creía que todo aquello era un montaje. Sí, la niña levitaba, poseía fuerza sobrehumana, esputaba fluidos ectoplásmicos, sufría laceraciones espontáneas y, ¡demonios! ¿Se había fijado Karras en su cara? ¡Jesús! Pero, pese a que todos estos indicios señalaban a una posesión demoniaca en toda regla (del Demonio en persona, según el propio demonio, aunque, como dice Karras, eso es como el loco que se cree Napoleón, o sea, apuntar muy alto) al padre le sobraba un puntito de escepticismo jesuita.

Y ese plurito de incredulidad le lleva a desafiar al demonio con cierta sorna cuando éste abre un cajón sin tocarlo. Entonces, Karras le pide que lo vuelva a repetir, la respuesta del demonio es deliciosa: deja entrever que pese al Cristo que ha montado en la casa y con la pobre Regan (la niña) Él no es un freak show. Puede abrir cajones con el pensamiento, pero lo hará cuando le dé la gana. No está ahí para divertir a Karras, desde luego. Pero ¿qué se ha creído este tipejo?


En el próximo post continuaré con un análisis más profundo del personaje más interesante de El Exorcista, el Padre Karras.

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