Dos dogmas del Capitalismo
En
esta entrada voy a tratar lo que denomino dos
dogmas del capitalismo: que el trabajo duro produce beneficios al que se lo
merece y que descasar es un lujo superfluo que va en contra de los principios
de la humanidad. En ocasiones lo abordo con rictus de pánico, en otras llorando
de risa. Si se siente que no sabe si reír o llorar habré logrado mi objetivo.
El texto es largo, pero superficial, podrá leerlo sin prestar atención y sin
desatender a su trabajo.
El
domingo pasado de este mes de junio pude visionar una entrevista de Risto
Mejide, (ex)publicista, a Paco Marhuenda, director del periódico La Razón (un diario católico, de derecha y Monárquico, Marhuerna dixit; dicho de otra manera, su
periódico le disputa la corona al ABC) en el programa “Viajando con Chester”. Vaya dúo.
En
un momento de la entrevista, Risto interpela a Marhuenda con una pregunta que
en muchas ocasiones me he planteado y hago pública siempre que he tenido una
oreja que me escuche (que no suele ser lo habitual): ¿Cómo puede dirigir un
periódico si siempre está en las tertulias de la tele? (Por no mencionar su
titularidad en la URJ. Y digo Marhuenda como podría señalar a otros
tertulianos, por lo general periodistas o directores de publicaciones, algún
que otro dirigente político también. (Digresión: ahora que a las tertulias van
más políticos porque se han dado cuenta que bueno, hay que enfrentarse a los
medios, lo normal vamos, ¿no os parece que muchos periodistas han perdido la color, pues se ven relegados a un
segundo término? ¡Con lo que ellos han sido!) ¿Cómo lo haces Marhuenda? Yo no
tengo tiempo ni para la mitad de las cosa que tengo que hacer… ¡y estoy en
paro! La respuesta de Marhuenda es bastante interesante, no por innovadora,
sino por dogmática:
Desde
hace tiempo tiene problemas para dormir. Solo cierra los ojos durante cuatro
horas, con lo que tiene mucho tiempo por las noches para trabajar y producir.
Pero es que él tampoco pierde el tiempo: siempre que tiene oportunidad escribe,
en los descansos de las tertulias, esperando a los amigos en el bar o mientras
pilla el AVE a Barna. Si esto es así. Si no se da respiro, porque el sábado
también le encontramos en “La Sexta Noche”, nos salen a cuenta una jornadas
laborales de 20 horas al día. ¿Inverosimil? ¿Improbable? Veremos.
No
hace mucho, Florentino Peréz se dejaba entrevistar en “Salvados”. En su
narrativa surgió que a él le encantaba trabajar. Que llevaba toda la vida
haciéndolo. Que su pasión es el despacho. Me levanto todos los días a las seis
de la mañana y a las doce de la noche sigo aquí. Y no es el primer ni el último
señor con mucho dinero al que se lo oigo decir. Haga memoria, seguro que usted
también. Esto es así porque forma parte de los dos dogmas del capitalismo.
Primer
dogma: el trabajo duro conlleva el éxito. Desde Weber y su estudio sobre los
orígenes del capitalismo moderno en la lógica protestante, nadie duda que este
sistema económico se asienta en la idea de que Dios está con los que trabajan,
ahorran y hacen negocio con el dinero. Si un tipo neocon tiene éxito y se ha
forrado pero bien forrado, en su narrativa vital siempre va a estar presente
largas jornadas de trabajo, mucho esfuerzo y mucho sacrificio. En España, que
no somos protestantes, precisamente, lo de la cultura del esfuerzo nunca se
extendió durante la Contrareforma y ahí andamos: Terratenientes que no
producen, empresarios del pelotazo, enchufismo por sistema y ganar de penalti
injusto en el último minuto, a ser posible. Pese a esto, no encontraréis un
cargo de confianza, un Botín o el inversor principal de Sacyr Vallermoso que
diga que sus dineros se los ha sacado sin dar palo al agua. Eso solo la hacen
los labradores andaluces con el PER. Porque esa es la diferencia. El esfuerzo y
el self-made men, pilares de las metanarrativas que desde hace mucho permearon
en todos nosotros gracias a los films de Hollywood sobre el la superioridad del
individuo contra la masa enloquecida (desde la loca de Ayn Rand y sus “The
Fountainhead” o “Atlas Shugged” hasta “La invasión de los ladrones de
Cuerpos”).
Pero
este dogma está en desuso en la nueva visión del mundo capitalista. Implica
que, como se advirtió, el arribista y el vago español también pueda predicar de
liberal pero solo en caso de haya beneficios, cuando haya pérdidas se
colectivizan y la culpa es de que los demás no trabajaron lo suficiente. (Venga,
seguro que usted lo pensó alguna vez: si está así algo habrá hecho. No se
preocupe, las ideas del capital permearon. Reagan ganó, Tatcher ganó. El fin de
la historia, ¿recuerdan?) De actualizarse el dogma con una nueva cláusula que
permita que convivan el viejo y el nuevo mundo.
Segundo
dogma: Dormir es de débiles. El capitalismo consiste en producir y consumir.
Intuitivamente parece funcionar así, cuanto más trabajadores tengas funcionando
más tiempo, mayor resultado, por tanto, mayor beneficio. Existe una
inconsistencia en esto pues los que producen deben consumir y para ello
necesitan tiempo y dinero, pero esto ahora no viene al caso –la figura del
prosumidor podría arreglar esto, sin embargo, en una economía especulativa y
destructiva quién necesita que alguien consuma si no hay nada que consumir y en
realidad las marcas no producen (que diría Naomi Klein). Sin embargo, cuando el
neocon piensa que dormir es de débiles su intención es diferente.
Uno
piensa que cuando esté forrado de dinero, cuando salgan los billetes por las
orejas, cuando te llamen nuevo rico, vas a dedicar tus esfuerzos en retozar en
la cama, levantarse a las tantas, tomar mojitos en playas de Bali y, en
general, convertir el arte de tocarte las narices en algo bello. Pero los
ricos, los conversos y los devotos del capital enuncian con bastante honestidad
que ellos no duermen a penas, así como que trabajan sin descanso. Ahí es donde
pensamos que nos toman el pelo. Puede ser, pero vamos a tomar en serio sus afirmaciones.
¿Y si no duermen? ¿Y si eso es el
capitalismo actual?
Según
defiende Jonathan Crary en su trabajo sobre el capitalismo 24/7, el pope de los
estudios sobre la atención, el capitalismo del siglo xxi combina la
capitalización del tiempo del siglo xix con lo que se define como capitalismo
de la atención. El mundo debe ser una tienda que necesita trabajadores
despiertos las veinticuatro horas al día, siete días por semana. Dormir es un
lujo superfluo y cuántas menos horas pasemos des-atencionados, mejor. Las
grandes empresas luchan por mantenernos atentos en sus cosas, lo que, se
infiere, impide un desarrollo crítico de lo que se percibe. Así, las
aplicaciones como wassup o las redes sociales como Facebook precipitan una
respuesta rápida y demandan una atención constante en detrimento de otras
cosas.
[Disgresión:
Gente más preparada que yo [link] han hecho críticas más interesantes sobre el
libro de Crary. Añadir solo por mi parte que no comparto el tono reaccionario y
apocalíptico de Crary, según lo he leído, ante la tecnología. Una cosa es que
la tecnología contenga un telos
emancipatorio, que es un relato falaz, y otra, bien distinta, es que ésta sea
consustancial al que seamos humano. Encuentro poco razonable su crítica a que
pudiera existir una relación entre el aumento en los casos de autismo y la
televisión, según un estudio de los años ochenta. Aunque pudiera ser válido, 1)
no aporta demasiados datos al respecto, 2) relación no es causalidad, 3) no se
ha replicado el experimento. Personalmente añado que la televisión sin aparataje
crítico te deja gilipollas, yo soy una muestra de ello, pero las críticas de
Crary apuntan al lugar común de que la tecnología devine en sujetos aislados;
la paradoja de la tecnología para comunicar que nos aleja del resto de seres
humanos, con la que estoy solo de acuerdo en parte, pero creo que ya debería
irse actualizando].
La
impresión de que dormir es algo terrible e insustancial ha permeado incluso en
los discursos de la izquierda: “Antes dormíamos, ahora despertamos”.
El
modelo de Crary presenta un capitalismo que se está apoderando de nuestro
tiempo y de los recursos cognitivos. Sin embargo, como decía, ¿y si ellos
también predican con el ejemplo? ¿Y si estos neocon son adictos al opio que
venden? Es por esto que de verdad Marhuenda o Florentino pueden pasar horas y
horas dedicándose a llamar la atención siendo presas de sus mismas argucias.
Aquí no existen tipos cínicos –lo son en tanto que ocultan siempre a quién
defienden o cuales son sus intenciones –, son sinceros cuando dicen que hay que
estar 24/7 ahí, al pie del cañón (o encañonando, según). No se me ocurre algo
más terrorífico. Bueno, sí, que estén despiertos solo para vigilar y castigar.
Además de Argos, improductivos.
Lo
que Bertrand Russell, uno de los filósofos más prolíficos del siglo xx, escribió
sobre ese estado entremedias del sueño y del trabajo que llamamos ocio o
despreocupación (idleness), podría
tomarse como una respuesta a este capitalismo de la atención.
“Quiero
decir, con toda seriedad, que la fe en las virtudes del trabajo está haciendo
mucho daño en el mundo moderno y que el camino hacia la felicidad y la
prosperidad pasa por una reducción de la organización de aquel. […] La técnica
moderna ha hecho posible que el ocio, dentro de unos límites, no sea una
prerrogativa de clases privilegiadas poco numerosas, sino un derecho
equitativamente repartido en toda la comunidad. La moral del trabajo es la
moral de los esclavos, y le mundo moderno no tienen necesidad de esclavitud.
[…] El tiempo libre es esencial para la civilización, y, en épocas pasadas,
solo el trabajo de los más hacía posible el tiempo libre de los menos.[…]
La
idea de que el pobre deba disponer de tiempo libre siempre resultó escandalosa para
los ricos […] les dijeron [los ricos a los pobres] que el trabajo alejaba a los
adultos de la bebida y a los niños del mal.[…] Recuerdo a una anciana duquesa
decir:”¿Para qué quieren las fiestas los pobres? Deberían trabajar.” Hoy la
gente es menos franca, pero el sentimiento persiste y es la fuente de gran
parte de nuestra confusión económica. […] Si el asalariado ordinario trabajase
cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no habría paro[…] Está idea
escandaliza a los ricos porque están convencidos de que los pobres no sabrían
cómo emplear tanto tiempo libre.”
Bertrand
Russel. Elogio de la ociosidad
pp.14-21.
Una
persona con ocio es una persona que ha podido distribuir mejor sus tiempos de
trabajo. Le permite un ocio activo y tratar su vida de forma adulta: disponer
del tiempo como le venga en gana. No hay cosa más absurda que estar en la
oficina porque sí, porque hasta que no sale el jefe de allí no se va nadie,
porque te tienen que ver el careto o sino no se está trabajando. Una persona
descansada en su ocio puede optar por un ocio activo, y, pongamos, leer o
escribir o salir de manifestación. Eso sí es peligroso.
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