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Memoria histórica institucional

































Nos reímos, con razón, de que en un edificio público como es el Ayuntamiento de Pawnee (una ficticia ciudad de Indiana, EE.UU) mantengan en sus pasillos unos murales que recuerdan la absoluta crueldad que se ejerció contra los indios-americanos. Una carencia de respeto por las personas que fueron asesinadas por los actuales habitantes de América del Norte, engalanan el lugar como muestra del orgullo hacia su reciente (y escasa) historia. La infamia convertida en objeto estético como única memoria histórica.
Nos reímos por la hipérbole y porque, precisamente, la memoria de las instituciones es selectiva; jamás se atreverían a mostrar abiertamente que los pilares donde se asienta el presente son un osario. Es más, nunca obrarían con representaciones estético-simbólicas que enaltezca la victoria de unos sobre el sufrimiento de los otros, ni dejarían en pie esperpentos levantados a mayor gloria de malos gobernantes, dictadores y genocidas (excepto como museos del horror, para que no se olvide que jamás deba volver a pasar). Más cuando un considerable número de ciudadanos pide que se retiren, reconviertan y resignifiquen: que, al menos que ya que están ahí, cumplan una función moral o pedagógica.

Deberían aprender de nosotros, los españoles, que no hacemos esas cosas.


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