La estampita
Esta va sobre miserables.
Parece que los timos que más gustan son aquellos en los que la
víctima se le puede deplorar desde un punto de vista moral, incluso judicial.
Responde, así, a ese dicho de “el que roba a un ladrón…” Si alguien recuerda El Golpe (The Sting) sabe que me refiero a esa banda de timadores que busca
lucrase de un caradura mayor, que suele ser bastante malvado. En el caso de El Golpe, además, como el timado es un
gran kingpin de la mafia, estos ladrones de poca monta –como suele ser el
timador, algo así como el escalafón más lumpen
entre los ladrones –solo pueden vencer al sistema unidos y mediante fintas
laterales que despisten la atención de la víctima mientras se le limpia la
cartera con la otra. Pero me centraré aquí en algo menos loable, como es uno de
los mejores y más famosos timos, el de la estampita.
Creo que es posible que sea el mejor en su género. Por si alguien
no lo conoce, el timo de la estampita
funciona tal que así: El sujeto a timar debe encontrarse por azar con el primer
gancho de la trama (que ya de por sí requiere un exceso de credulidad bastante
interesante) en un lugar preferiblemente concurrido. Este primer gancho se hace
pasar por alguien que tiene alguna deficiencia mental y que demanda a los que
pasan si quieren cambiarle una estampita,
como el que cambia sellos o cromos. Las estampitas en cuestión consisten en
el billete de mayor valor que exista en el mercado del país. Cuando la posible
víctima se para y trata de hacerle ver que eso es un billete, el tonto se cierra
en banda y le hace saber que tiene muchas de esas estampitas en un sobre.
Además, al gancho le urge la necesidad de cambiar las estampitas. Entonces
entra el listo, que es parte del engaño; alguien que casualmente pasa por ahí y
que, aunque debe aparentar que no quiere engañar al bobo, va dejando caer a la
víctima que no estaría mal si ambos le dan una cantidad menor al tonto y se
llevan su dinero. Así hacen. Para acabar y que la víctima trague, el listo le
dice que se quede con el sobre para que lo repartan luego. De esta manera la
víctima, a la que ya le dieron el cambiazo y en lugar de billetes lleva
recortes de periódico, queda tranquila el tiempo suficiente para que los
gañanes acaben de largarse. Se resuelve el timo en un giro poético en donde la
víctima queda moralmente aplastada. Jaque mate.
Como curiosidad, en la entrada de Wikipedia, donde se cita a Bruno
Cardeñosa como fuente (conocido este por ser afín a los programas de tipo Iker
Jimenez), se asegura que es el invento
es de un español llamado Juan Delgado allá por principios del Siglo XX. Sin embargo, es muy parecido al Pigeon Trick americano, que, por cierto,
se representa en el comienzo de El Golpe.
La variante española le añadió el toque ruin de que la víctima trate de engañar
a un deficiente mental. Un giro, tal vez, genial.
La dificultad de denunciar que te han timado con esto en lugar de
una clásica estafa piramidal es que aquí se dan la mano dos elementos que
afectan a la autoestima y la imagen que proyectamos a los demás. Por una parte,
se fue engañado, que ya de por sí resulta vergonzoso y perdimos dinero. Por
otra, el motivo por el cual fuimos engañados y perdimos dinero fue querer
engañar y hacerle perder dinero a un deficiente mental. La gran jugada del
timador en este caso es dejar a la víctima con el problema de que ésta se
acerque a comisaría a denunciar que fue engañado porque quería engañar a una
persona con retraso mental. La conclusión es bastante clara: perdiste tu dinero
porque eres un miserable. Y es así, porque el timo se asienta sobre la base de
que necesitas una sociedad ruin capaz de entrar en el juego de querer robarle
el dinero a un retrasado. No a una gran compañía, no a un ricachón, no a un
tipo miserable, no, nada de eso: se trata de quitarle el dinero a uno de los
eslabones más débiles de la sociedad. Eso es miserable.
Fíjense en la diferencia. En Nueve
Reinas, película argentina bastante recomendable dentro del género de
timadores, se da la situación justo contraría. El Personaje de Ricardo Darín se
pasa el día timando a la gente para sobrevivir. Se le muestra como un miserable
capaz de cualquier cosa. Uno de sus timos preferidos consiste en llamar a los
porteros automáticos hasta dar con alguna ancianita que ande un poco demente y
convencerla de que es su sobrino y que tuvo un pequeño percance con el coche. Persuade
a la señora de que necesita unos soles para reparar el auto y deja allí a
alguien para recibir el dinero, mientras él debe atender a otros asuntos. Así
la anciana no puede reconocer que no es su sobrino. El timador no pide mucho,
esa es la cosa; se mantiene en la fina línea entre el abuso y la confianza.
Dentro de lo malo podríamos congratularnos al pensar que nuestra
sociedad está solo a un escalón de ser mucho peor: si el timo de la estampita hubiese
sido con un niño, entonces apaga y vámonos. Sin embargo, ahí está la
diferencia: en el caso de Nueve Reinas
el timador es un miserable, mientras que el timo
de la estampita convierte a la víctima en la miserable. No es que el timado
se deje llevar por la acción, ni que veo lo que quiere ver –pues, digamos, es increíble
la situación de alguien que tira el dinero –si no que la víctima se reconoce en
su ruindad. Eso es lo triste de la situación.
Para que un timo como este pueda llegar a cuajar se necesita una
sociedad que sea capaz de aceptar la idea de que se pueda engañar a un bobo sin
que la conciencia sufra. Creo que la sociedad de postguerra dejó ese caldo de
cultivo perfecto. Seguimos sufriéndola. Mi madre, que fue una niña de
postguerra, mi abuela o mi abuelo –los otros no llegué a conocerlos –tendían a
esta idea generalizada de que mejor robar tú que sean otros los que roben. Así
entendían como normal que mejor si podían engañar a alguien y quedarse con lo
del otro. Es algo así como si el erial español se hubiese trasformado en un lager donde los porqués careciesen de
razón de ser. Todo vale con tal de salir adelante. Por supuesto que no les
convertía en malas personas, sino que se habían dado las condiciones para que
la miseria les convirtiese en miserables. El problema vino luego, cuando el
contexto social hizo que la moral pudiera volver a entrar sin problema en la
vida cotidiana y ellos siguieron actuando igual.
Es curioso el comportamiento de mi madre. Es incapaz de actuar de
modo que vaya contra el Estado y, sin embargo, puede ser miserable con otro ser
por unos cuartos. Alguien olvida una cartera en el bus y aunque sabe de quién
es y que puede abordarla para devolverla, prefiere callarse y quedársela. Es
cierto que las personas siempre son complejas y a quién otorgamos autoridad es
fundamental para saber cómo vamos a actuar, hay muchos grises. Así, mi madre
pasó una larga temporada colándose en el metro de Madrid. Resulta bastante
divertido pensar en una señora de casi setenta años, entrada en carnes y no
precisamente ágil, colándose en el metro de Madrid, concretamente en el
intercambiador de Moncloa. Luego tiene estas contradicciones: es capaz de
quedarse una cartera sin remordimientos, pero alimentaba a toda la cuadrilla de
obreros que reformaron la fachada del edificio donde ella vive. Creo que no es
casualidad, creo que los comportamientos no señalan algo intrínsecamente contradictorio
sino que son parte del mismo signo de la epocalidad
en el contexto de la postguerra en Toledo (que es de donde viene y en cierto
modo, vengo yo).
Es difícil juzgar un comportamiento pensando que uno no va a ser
evaluado por otros… en fin. Tampoco quiero parecer más elevado. A mí se me
educó –desde la TV y desde el colegio –en cultivar otros valores bien
diferentes. Desde luego a mí no se me pasa por la cabeza quitarle el dinero a
los más débiles. Eso es cosa de las preferentes de Bankia.
Se pasea ahora por las televisiones el fantasma de un chico que
supo muy bien leer la sociedad de miserables por donde se movía. De hecho desde
pequeño mamó el entorno y aunque salta a la legua el tipo de mentiroso y
fanfarrón patológico que debe ser, entendió que esto no iba a ser un obstáculo
para ir ascendiendo en el poder. Al poder parece que no le importa demasiado
cómo seas mientras le hagas pensar que son ellos los que tienen la sartén por
el mango. Ahí está la virtud de la manipulación y de la estafa: hacerle pensar
a la víctima que en todo momento tuvo el control. Así, nuestro pequeño fantasma,
Nicolás, a.k.a. Fran, a.k.a. Little Nicky, puedo ir sorteando todo el oleaje de
la intempestiva política casposa e ir colocándose con menos de veinte años en
lugares verdaderamente extravagantes e inesperados. Si su ego y la ambición
desmedida no le hubiera hecho pasarse de la raya, es bastante probable que para
el 2020 hubiese regentado algún Ministerio, si no como jefe sí como cargo de
absoluta confianza. Debe ser que no se conformó y quiso pisar un poco más
rápido. Dejar de ser comparsa y convertirse en estrella –aunque no mediática.
La mayoría de los que engañó se sienten un poco como las víctimas del timo de
la estampita, tener que reconocer que ese chaval con pinta de tonto se las ha
clavado y, por otra parte, que ellos eran mucho más miserables pues se debían
pensar que eran ellos los que, condescendientemente, le hacían un favor al
pequeño delfín de FAES.
Lo realmente preocupante de Fran es que supo bien ser el tonto.
Tal vez es su condición natural, pero por sus conversaciones se deja entrever cierta
lucidez en cómo ha sabido leer a esta gente. Los políticos, así como la gente
con poder, generalmente suelen darles el puesto con una mano tonta de condescendencia.
Esa que te la pasan con firmes golpecitos en la espalda para decirte ay ay, ya
llegará tu día; todavía te queda por aprender; aún debes pasar por todo lo que
yo pasé antes de ser el número uno –como si en su puesto dado a dedo ya hubiese
un mérito intrínseco. Los dogmas del capitalismo. No se explica si no cómo señores con más años
que la tos hablaran con total desparpajo de prostitutas, juergas y vinos en la
casa de un menor –casa que no era suya, por cierto. Estos tontos no sabían que
estaban ante un chico del siglo xxi. Los de antes no íbamos documentando todo
lo que hacíamos, entre otras cosas porque no existían los medios, no porque
estuviésemos más elevados. Ahí estaba el secreto de Nicolás.
Fuera de mi intención exonerar o ensalzar la nueva figura del
circo. Por su impostura me recuerda a lo peor de mí, o, por extensión, aquello
que desearía que desapareciese del ser humano. Pero hay que reconocerle que, lo
haya planeado o no, fue capaz de darle un giro genial a su situación y como el
timador admirable convertir a la víctima en algo mucho peor que el que tima. Si
el miserable convierte al otro en un miserable mayor ¿quién era el peor? En el
caso de Fran no lo tengo claro. En el de la estampita solo me queda dudar si la
culpa la tiene el contexto social que permite que la gente piense como adecuado
el robar a un tonto y ser codicioso o si apuntar solo al que hace efectivo el
tratar de robar.
Sea como fuere, terrible resulta el pequeño Fran Nicolás, pero más
terrible aún toda la red clientelar y lameculesca que sostiene los cimientos de
nuestro futuro. Es difícil enseñarle a un niño que es mejor esforzarse siendo
adecuado con la ley que meterle en FAES y decirle que lo mejor es hacer lo que
te digan.
Difícil no, imposible.
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