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Los gatos viven una media de entre 15 y 20 años. Se dice, aunque no estoy muy seguro de ello, que los gatos duermen un tercio de su vida. Si un gato bien alimentado vive quince años dormiría cinco. No sé si será cierto, pero sí que lo es el que duermen mucho. Mucho. Creo los humanos solo rondamos al 10% de nuestra vida, y ya es mucho. Dentro de poco sacarán esas pastillas que toman los pilotos estadounidenses y reduciremos el porcentaje al 3%. En fin.

Me encantan los gatos. Es como tener un tigre en miniatura. Podría pasar horas enumerando las bondades de un gato, pero sería inútil y, además, me desviaría mucho de dónde quiero llegar y del tiempo que quiero emplear, esto es, bien poco. Da igual lo que diga porque los gatos solo tienen buena prensa entre hipsters y aquellos que ya han tenido uno. La gente prefiere los perros. Nunca lo entendí pero lo comprendo. Yo prefiero un animal que te hace caso solo a ciertas cosas y que parezca que demuestran independencia. En fin.

Uno de las historias del tebeo The Sandman de Neil Gaiman, obra maestra del cómic, trataba sobre un parlamento de gatos. Si los gatos pasan tanto tiempo durmiendo, resulta natural que el rey del país de los sueños se fije en ellos. Contaba la historia lo que un grupo de gatos ingleses hacían por las noches. Me llamó mucho la atención cuando viví por un tiempo en el barrio de Islington, (Londres) la cantidad de gatos que por allí se paseaban. La mayoría eran gorditos y muy amigables. Los gatos amigables son más divertidos. El caso, decía, es que Gaiman contaba qué es lo que los gatos hacen por las noches. Parece que se reúnen en el patio trasero para escuchar la palabra de un gato más viejo y sabio. A este gato le falta un ojo, no recuerdo cuál es la razón, pudiera ser que un humano se lo ajase. La cosa es que este gato les contaba un cuento sobre cómo hace mucho mucho tiempo, los gatos dominaban la tierra; los humanos les servían y ellos los trataban con la condescendencia que nosotros esparramamos sobre estos animales. Pero algo pasó y las cosas cambiaron de torna. Fueron los humanos los que se hicieron los reyes del cotarro y los gatos fueron amaestrados y reducidos a la esclavitud. Y esto pasó porque los humanos soñaron durante mucho tiempo que un día fueran ellos los que mandasen sobre la tierra. El gato tuerto se despedía cada noche encomendándoles que vayan a dormir, pues cuanto más duerma el gato más sueña y cuanto más sueña más cerca está de la liberación.  

La imagen final era bastante entrañable: un gato echaba una siesta y los dueños decían, “mira qué rico cómo duerme, parece un angelito” “¿Qué pensará?”. El gato soñaba cómo iba a acabar con todos los humanos el día en que tomasen el control.

En la última página de la Sexta y última Meditación Metafísica, René Descartes ha acabado por enlazar todos sus argumentos sobre hasta qué punto podemos estar seguros de que lo que está fuera de nuestra mente pudiera tener existencia  (así como otras cuestiones relacionadas con el método científico, Dios o nuestras capacidades epistémicas). Dice que “se han de rechazar todas las hiperbólicas meditaciones de los días anteriores como irrisorias, en especial la gran incertitud sobre el sueño, que no distinguía del estar despierto; ahora me doy cuenta de que hay una enorme diferencia entre ambos, en el hecho de que nunca enlace la memoria los sueños con las demás actividades de la vida, como sucede respecto a lo que me ocurre mientras estoy despierto”. En la segunda meditación, Descartes plantea la idea de que nos es imposible diferenciar entre sueño y realidad, no me detendré en esto. Aquí, tras todo el recorrido, nos plantea la solución. La continuidad (la causalidad) que establece entre los acontecimientos que nos suceden es algo que no se da en los sueños. Por tanto, podríamos diferenciar entre sueño y realidad.

Lo planteo en mis términos: puede que no tengamos ni idea de si lo que vivo es sueño o realidad, incluso si existo en dos realidades paralelas. Lo importante es que, aunque no podamos decir cuál de las dos es la correcta, sí que se puede afirmar que cada una de ellas se rige por reglas diferentes si las comparamos. Mientras que en una los cosas permanecen, el la otra realidad es diferente cada vez que accedemos a ella; lo que sucedió ayer influye bien poco para lo que nos encontramos hoy. La realidad, así, mantiene una estructura que (incluso siendo ficticia) nuestra mente reconstruye de tal forma que los sucesos se continúan; existen leyes que son estables. En la otra realidad (la que llamamos sueño) las leyes son inestables, las cosas no se continúan, ni tampoco responden a la misma estructura lógico-causal. Por tanto, aunque no sepa cuál es real, sí afirmo que sé que son diferentes. Lo sé porque cuando pienso sobre ellas me sucede esto que decía Wittgenstein de cavar tan hondo que la pala se dobla: no sé por qué lo sé, pero el caso es que lo sé.

Los gatos sueñan. No estoy seguro de esto, pero los he visto agitarse dormidos como si soñaran. Parece que se sabe que la mayoría de los mamíferos sueñan. Por qué lo hacen o qué sentido tiene el soñar es otra cuestión –me gustó mucho una propuesta que escuché en una ocasión en la que soñar venía a ser descargar el “exceso” de información que pudiéramos haber acumulado durante el día (los que entiendan de filosofía de la mente y rechacen la teoría de la mente computacional deberían estar ahora muy nerviosos por mi afirmación. No se preocupen, tal y como lo expuse suena peor de lo que es).

Los gatos no deberían tener ni memoria semántica ni autobiográfica. Lo suyo es la memoria procedural o ‘recordar cómo’, una forma de memoria que el cuerpo aprende y que el acceso es inmediato y, posiblemente, irreflexivo. Pese a que los gatos planean (todos los depredadores lo hacen), se antoja complicado que un gato pudiera contarse su vida, como nosotros lo hacemos, pues le faltan herramientas fundamentales como es el lenguaje. Sea como fuere, uno de los motivos por los que nosotros diferenciamos entre sueño y realidad es debido a que tenemos memoria episódica (semántica) y biográfica. ¿Cómo puede saber un gato que está soñando? Bueno, según creo, no lo saben.

Por favor, no piense que lo que sigue es la verdad. Solo es un desiderátum, una imagen bella sobre mi animal preferido.

Si los gatos pasan 1/3 de su vida durmiendo y parte de este tercio (pongamos que un cincuenta por ciento) soñando, pero no saben diferenciar entre mundo y sueño, el gato común continua su vida cuando duerme. Sí, todo lo relacionado con sus necesidades no se satisfacen, pero si son incapaces de diferenciar, ¿por qué no pensar que ellos continúan su vida allí?

Estoy seguro de que los gatos no nos quieren matar. Nos necesitan y los necesitamos. Esto lleva siendo así desde hace 6000 años. El relato de Gaiman plantea esa idea tan bonita de que el gato, uno de los animales más estéticos de la naturaleza, cuyo rostro suele despertar ternura, es un animal vengativo y deseoso de acabar con nosotros. No les faltaría razón para esto cuando a los gatos se les mutila, ahoga y abandona como apestados. Mi abuela decía que no me acercara al aliento de un gato porque ahí está el demonio. En fin.

Cuando miro a mi gata durmiendo y sus patitas empiezan a agitarse, su boca a mascar como cuando caza una presa y emite unos sonidos de gusto, me da por pensar que son ellos los que viven más que yo. Ellos sí tienen una vida plena. Cuando despierto con pesadillas es malo, pero cuando sueño algo que me satisface es peor, porque sé que todo fue falso. En fin.


Espero que cuando la raza humana se aniquile a sí misma ellos permanezcan.


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