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Mala Suerte



Sabemos que el azar no tiene un corte limpio. Nunca fue una esfera perfecta sin pelo en el que podamos afirmar sin duda alguna que alguien haya tenido suerte o mala suerte. Por lo general entendemos que alguien fue afortunado cuando por mero azar se vio beneficiado por una contingencia en la que esa persona no pudo intervenir en el resultado final. Si, además, conocemos el rango estadístico de posibilidades de un resultado concreto podemos llamar al tipo “suertudo” o decir “qué potra tienes, cabrón” dependiendo de lo infrecuente de ese resultado específico dentro de ese rango concreto. 

También sabemos que esto de tener buena o mala suerte depende mucho de la persona en la que cae el asunto. Puede que en apariencia ganar 1000 millones en un sorteo sea buena suerte pero si eso desencadene una serie de acontecimientos fatales tal vez cambiemos de opinión. Puede pasar que uno tenga mala fortuna y sufra un accidente y, sin embargo, salir sin un rasguño contra toda posibilidad: ¿qué sucedió ahí? En fin, nada nuevo bajo el sol en este sentido.

De entre estos casos el que propongo me inquieta de sobremanera. Entra dentro de esa categoría de personas afortunadas que no deberían tener derecho a quejarse por lo que les ha venido de cara en la vida pero, por otra parte, también pueden hacerlo pues, en el fondo, parecen bastante desafortunados. 

Supongamos que vivimos en un mundo donde hay superhéroes como en los cómics de Marvel. La gente adquiere poderes por accidente o por nacimiento. Hay héroes y villanos que se enfrentan día sí, día también, en las calles de las metrópolis por el control del mundo. Unos defiende la ley y el orden y los otros el interés personal y qué se yo. 

Una persona viaja a la India en busca de su yo interior. En un momento dado el tipo llega hasta una aldea perdida en donde acaba de haber una matanza. Entre los cuerpos sufrientes de los que aún respiran encuentra a un viejo chamán que le cuenta en un inglés rudimentario lo que pasó. Dado que todo el mundo en el pueblo murió (o están en tránsito) al chamán no le queda otro remedio que pasarle sus poderes a este extranjero de metrópoli anglosajona. Después, el anciano se muere.

Este tipo se convierte en un superhéroe. Es capaz de levitar y crea campos de fuerza a su alrededor que evitan el daño. También es capaz de proyectar esos campos de fuerza para atacar a sus enemigos como si les lanzase balones medicinales invisibles de un par de kilos de peso. Hasta aquí todo perfecto. Se puede decir que el azar le ha llevado a este tipo ante una situación afortunada. Olvidemos por un momento que luego los superhéroes tienen come-come moral en la cabeza todo el rato y siempre nos vienen con eso de “nunca pedí ser un héroe”. En principio podemos pensar que este tipo ha recibido un resultado positivo.

Hay un pequeño problema. Cada vez que este tipo utiliza sus poderes aparecen tres esvásticas sobre su cuerpo. Dos en las palmas de las manos y otra en la frente. La esvástica, sobra decirlo, es un símbolo que pertenece a la cultura india y que ha sido utilizada por muchos otros pueblos a lo largo del tiempo, siendo los nazis la que la popularizaron en Europa durante el siglo XX. Gracias a los nazis nadie en su sano juicio asociaría la esvástica con otra cosa que no fuese Adolf Hitler. Para colmo, las esvásticas que se le aparecen a este señor como dolorosas yagas ardientes durante el parto superheroico están ligeramente ladeadas (señal de ser una runa mucho más poderosa que en su estado de “reposo”) por lo que la asociación con los nazis no solo no se diluye sino que se acrecienta.

Como decía, al principio todo bien pues aunque el señor se siente azorado por estas yagas él sabe perfectamente que no es un nazi. No comparte su ideología, no cree en sus métodos y, además, entiende que las esvásticas forman parte de la cultura india. La apropiación europea es un azar de la historia de la humanidad. 

Es una pena que los demás no piensen lo mismo.

La gente corriente, aquellos que no tienen poderes, se ven en una situación vergonzante cuando un tipo con tres esvásticas les salva del peligro de muerte. Imaginad el panorama: se toman imágenes de este señor usando los campos de fuerza con las tres esvásticas como flamas ardientes en su manos y frente mientas evita que un autobús lanzado por Dr. Euthanos le caiga encima a un transeúnte. Unas imágenes que corren por las redes sociales a velocidad de propagación pandémica. Estas personas se sienten afortunadas y agradecidas por haber sido salvadas pero, a su vez, no quieren posar para la foto con el señor de las esvásticas. ¿Qué decir de los medios? Invitan a este señor a los platós a que cuente su vida y se explique pero, a la vez, no quieren que use sus poderes en público porque, qué cojones, ¡le salen esvásticas de las manos y de la jodida frente! A los partidos de extrema derecha se les hace la boca agua y no pueden evitar utilizar la imagen de este tipo como bandera de su causa, lo que no ayuda a que se asocie las yagas del señor con la cultura india y sus valores.

Entre sus pares superhéroes la cosa no mejora. Aunque al principio le acogen entre los suyos y logra entrar en una Liga de Superhéroes no pasa demasiado tiempo hasta que sus compañeros comienzan a rehuirle. “Mira, hoy voy a patrullar con el Hombre Garza y Pequeña diabla. No te lo tomes a mal” (prefiere amigos con nombres ridículos y satánicos antes que irse con uno al que le salen esvásticas). Claro, el señor de las esvásticas comienza a comerse la cabeza muchísimo y a enfadarse de manera extrema porque sus amigos consideran que, en realidad, es un nazi. De hecho, aunque no se lo dicen a la cara, le llaman “nazi” por lo bajini. Por más que explique que se trata de símbolos indios el daño que se le hizo a esa runa en la Guerra mundial parece irreparable. 

Dada las circunstancias el superhéroe de las esvásticas entra en profunda depresión. Se da a la bebida y pierde todo interés por ayudar a la gente pues, en realidad (y tiene razones para creerlo), las personas no quieren verse salvadas por el superhéroe “nazi”. 

No será hasta más tarde, cuando ha tocado fondo en un prostíbulo de una carretera de mala muerte, que conozca a sus nuevos amigos los supervillanos. Estos no le hacen ascos a su esvástica y, en fin, que entre la maldad aquí cabe todo. Al verse arropado por la gauche divine canallesca se envalentona para volver a estar activo, solo que esta vez del lado de los malos. 

Cuando la opinión pública y sus  ex compañeros superhéroes le ven de nuevo en acción robando bancos, tratando de dominar el mundo o ejecutando planes malvados, asienten lentamente con gesto mohíno: “ves como sí que era un nazi”.

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