¡Abandonad el pecio!

Cuando J. L. Godard presenta Film Socialism, se acongoja ante la debacle europea: el largo canto del cisne del sueño socialista se eclipsa ante el mastodonte capitalista. Europa es representada por un crucero de clases bajas en el que se arrejuntan, en una nueva babel, todos aquellos pueblos del viejo continente. El Mediterráneo de fondo acompasa el vaivén del Costa Crucero. 

Lo insumergible parece que puede sumergirse, como bien aprendieron los diseñadores del Titanic.

La reciente catástrofe del crucero Costa Concordia, a parte de la propia tragedia humana, nos deja un poso de cierta analogía sociopolítico, difícilmente irresistible. Un barco poblado de españoles, italianos, griegos y portugueses que se hunde gracias a un Comandante que decide, inexplicablemente, dirigir su buque por un peligroso lugar, única y exclusivamente para, al parecer, satisfacer un capricho: saludar con la bocina a un antiguo Capitán retirado que vive en la isla. Precisamente el lugar donde quedará encallado. Para colmo, el mal gobierno del Comandante se agrava cuando, viéndose con el agua al cuello, decide salvarse primero, mientras la tripulación, presa del caos, debe autogestionar su huida, entre gritos, miedo y desorden. Al contrario de lo que pudiera parecer, las bajas no fueron tan cuantiosas: aparte de competente ayuda por parte de la guardia costera italiana, los supervivientes supieron mantener la perspectiva y solventar la papeleta, pese a verse sin dirigentes.

Mientras en la costa, cinco horas antes de que la situación en el barco fuera inhabitable, el Comandante llamaba a su madre para decirle que se encontraba en buen estado de salud. Supongo que pensaría algo así tan fino y elegante como a los demás que les den por el culo.

¡Cuánto banquero, cuánto gobernante, cuánto poderoso, se habrá visto reconocido en la actitud del Comandante, y cuántos habrán deseado lo mismo que el Comandante quiso para sus congéneres!