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La familia postmoderna



























La familia postmoderna creció con “Scarface” de Hawks y Rosson, pero disfrutaron más la de De Palma. La trilogía de El Padrino no era un retrato de su existencia, es el espejo en el que miran sus vidas. No usan trajes de Armani como Capone, solo cuando van a comer al restaurante de la esquina, aquel que regenta un amigo de la infancia. Mientras hablan cuelan palabras italianas, casi todo insulto, pues nunca manejaron el italiano y nunca estuvieron en Italia. El sur de Italia es la Arcadia, o lo más parecido a ello, en sus caliente cabecitas. Pero el sur de Italia, bello, está tan roto como la Península Ibérica. Son países derrotados en la nuevas formas de guerra comercial, derrotados moral y económicamente. La abundancia queda reservada para los otros.

La familia postmoderna vive en New Jersey y no quiere vivir en otro lugar. Tiene una mansión, ¿para qué ir más allá? ¿Para qué andarse con negocios de drogas, si explotando mujeres, vendiendo visones, controlando el sindicato y manejando cualquier fruslería que pueda venderse en un mercadillo, te conviertes en el rey del barrio de tu infancia? ¿Quién necesita al IBEX 35 o a Moody’s?

Pero la familia postmoderna también es una ficción. Ellos lo saben, son intertextuales. Citan a sus referentes y se dejan citar por ellos. Saben que les dejaron fuera para volver a meterlos dentro. Sus palabras están escritas por aquellos que, a su vez, tienen la voz tomada. A pesar de esto, reclaman la independencia de sus referentes. La familia postmoderna admira la clonación, pero no la comparte. Ellos no son clones, ellos tienen su propia voz.

Para la familia postmoderna las comparaciones son odiosas.


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