Pavadas
Una
vez me dijo un psicólogo que si pensaba que me estaba volviendo loco es que no
podía estar loco. La paradoja es deliciosa, ¿verdad? Es como si me hubiera
dicho “todos los psicólogos mienten”. Lo que venía a decir era, como podrán
haber inferido, algo mucho más mundano: plantearse cuestiones de ese tipo solo
entra dentro del camino del cuerdo. Siempre lo he puesto en duda, ¿qué te puede
hacer pensar que el loco no piensa que puede estar loco? Creo que se resume en
que si yo me preguntaba eso es que debía haber un anclaje con la realidad en
algún punto de mi ser. Algo que sostenía un yo,
sea lo que sea eso (menos mal que por aquel entonces aún no sabía que muchos
piensan que la conciencia es un epifenómeno… que si no, menudo lío hubiera
tenido discutiendo con aquella buena señora que solo pretendía ayudar).
En
momentos de crisis el yo se fortalece. Es cuestión de que todo se vuelve más consciente, si se me permite esta idea.
Mientras la identidad se diluye por mil y una historias que suceden parece como
si el yo quisiera autopreservarse. Incluso en los casos de depresión, el yo se encapsula, por ello esa idea
recurrente de que el depresivo es incomprendido por el resto de personas que le
rodean. El yo está en el dolor, ahí se pone en pie y saluda.
Esto
me lleva hasta la existencia, está traída por los pelos pero creo que tiene que
ver. Cuando digo “estoy cansado de mi existencia”, esto puede entenderse, al
menos, en dos sentidos.
Que
estoy cansado de existir o que estoy cansado de la forma en que las cosas se
suceden o me suceden.
El
primer enunciado implica el estar agotado de existir, consecuentemente, de
tener una vida consciente y experiencias fenomenológicas que le resultan a uno insoportables.
Este tipo de formas de entender la vida no suelen darse en aquellos en lo que
su existencia está en peligro pues implica que la solución pasa por quitarse la
vida. Habría que hilar muy fino, claro, pues siempre hay casos de enfermos que
piden que se acabe con su existencia, pero ¿no es esto un suicidio asistido?
El
segundo enunciado remite a que el sujeto se ve envuelto en un entorno que le
imposibilita su vida de alguna manera. Debería hablar sobre que está cansado de
cómo le va la vida. Esto puede que ofrezca alguna puerta a que aquello que le
imposibilita: cierta existencia pueda ser cambiada por ciertos actos. Mi vida
va mal, pues, actúen en consecuencia, incluso aunque las cosas se le escapen de
las manos.
Ambos
niveles están conectados. No siempre, pero el segundo nivel suele llevar a que
el primero se haga insoportable. Uno acaba por desfondarse cuando las cosas de
la vida van mal y le llevan a pensar que su vida consciente es insoportable.
Mejor ser árbol, como apuntaba Ruben Dario.
Esto
plantea que si no existe un discernimiento entre niveles, el primero se impone
al segundo. Y la solución es la que es, cuando en realidad, no se trata de
denostar la existencia, sino la forma de vida que uno lleva.
Durkheim
planteó que es la falta de normas la que suele llevar al suicidio. Nunca lo
crei del todo, como sucede con las predicciones de la sociología, pero sí que
señala algo fundamental, cuando la base sobre la que se asienta la existencia
parece carecer de reglas (orden, al fin y al cabo) la incertidumbre deviene en
insoportable. Existe, sin embargo, el caso extremo en el que una persona se ve
abocada a una situación de supervivencia sin que piense en el suicidio. Hasta
donde sabemos, los suicidios en las Guerras Mundiales se daban en situaciones
excepcionales –los comandos encargados de la shoah por baleo en Ucrania
acabaron por suicidarse, por ello los nazis buscaron formas más efectivas y
distanciadas de acabar con seres humanos. La tasa de suicidios en lugares donde
la supervivencia es primordial es marginal. O por lo menos eso nos han hecho
creer las estadísticas. Decía el chiste “no es que en Suecia se suicide más
gente, es que aquí los contamos”. A lo mejor en Somalia nadie se ha parado a
contar.
Ya
he dicho en alguna ocasión que mi vida es por lo general bastante aburrida y
poco significativa: creo que en un par de semanas la gente olvidaría que pasé
por aquí. Tampoco es que aporte mucho en general, también es cierto. Sin
embargo, alguna anécdota terrible he vivido de la que, a veces hablo, aunque no
demasiado. No tanto por mí, sino por el pudor que me supone hablar de los
demás (si mi vida es aburrida, resulta paradójico que las cosas interesantes me pasaran a mí directamente, ¿no?).
Han
pasado alrededor de once años del suicidio de un amigo. Tampoco era un amigo
del alma, por desgracia soy demasiado pusilánime y desagradable como para que
la gente me tenga como amigo; pero en este caso, había una relación que, aunque
no era estrecha, siempre pensé que se estaba estrechando. Era una persona
brillante, mucho más que yo, y hasta donde daba mi imaginación había tenido la
suerte de nacer en un lugar de buena familia y acceder a cosas a las que yo
difícilmente soñaría. El caso es que después de un asunto que no voy a recoger
aquí, el chico decidió acabar con su existencia. Es una de las decisiones más
radicales que se pueden tomar, pues la no-existencia no es en sí una
alternativa a algo. Es no alternar o algo por el estilo. Tengo mis propias
teorías sobre cómo lo hizo (maldita imaginación) o por qué, pero, esta es la
cosa, no lo sabré nunca y, por otro lado, ¿qué derecho tengo a ello? Ninguno,
posiblemente. El caso es que se fue para no volver.
Se
que suena absurdo lo que voy a decir (seguro) y un tanto horrendo, pero en
nuestra sociedad se tiende a pensar que el suicidio es un acto de cobardía.
Como si por no tener los cojones de enfrentarse al mundo alguien opta por la
vía fácil. No lo creo, en absoluto. Me parece la vía más complicada. Piénselo
bien. Usted seguro que en alguna ocasión, si vive en una sociedad como la
nuestra, se lo ha planteado, seriamente, incuso le diría más, alguna vez hizo
algo que rozó esa posibilidad. A lo mejor ni se lo había planteado, a lo mejor
no era lo que quería, o se dio en un mal momento (andaba con alto contenido
etílico y/o lisérgico en las venas) pero seguro que si ha vivido lo suficiente
(digamos hasta que los problemas de la existencia son en sí un problema) en
alguna ocasión estuvo a punto de optar por la no existencia. [inciso: de niño
la gente juega mucho a morirse un rato, qué deliciosa contradicción] Por qué no
lo hizo tiene poco que ver con lo racional, creo. A veces no se dieron las circunstancias
de lo que buscaba o, simplemente falló. Volver a reunir el valor para hacerlo
es muy complicado. Es por ello que he leído en alguna ocasión (creo que, de
nuevo, en Camus) que el que se suicida no lo piensa. Tiene cierta razón (pese
al eterno mito de la carta de despedida) pues es difícil asumir la
no-existencia, meditar sobre ella te pone en el rail de continuar para delante
como sea. Joder, parece que hay mucho que perder incluso aunque no se tenga
nada, y, al fin y al cabo esto es cuestión de tiempo, así que si no te atreves
ya te llevará la naturaleza. Por otra parte, ¿quién dice que las cosas no va a
ir a mejor?
Y
ahí es donde puede apreciarse cómo los dos niveles se entrecruzan y se
confunden (a lo mejor porque son indiscernibles). ¿Cómo, me pregunto, un
epifenómeno como es la consciencia, según algunos, puede llevarnos al suicidio?
¿El fisicalismo puede explicarlo? ¿Mis neuronas son las que producen que me
corte las venas? ¿Es un desequilibrio en alguna parte del cerebro la que me
arroja al tren? Alguien ha respondido a esto seguro, ¿dónde Daniel Dennet,
dígamelo?
Volviendo
a Camus y a la existencia en la locura. Alguien puede pensar que Sísifo se ríe
mientras baja a recoger la piedra hora tras hora en su interminable tortura.
Está pensando mientras baja “¿debo estar loco por reirme?” ¿o el concepto locura
se le escapa al que creó el mito? Me da la sensación de que la locura no te
libra de las miserias de la existencia. En todo caso las tamiza con unos
colores distintos (tal ve no más distintos que los que le son particulares a
cada una de nuestras experiencias), es por ello que resulta peligroso decir que
“todos estamos locos”, pues o bien existen grados, o bien hay gente que
necesita ayuda para hacerle la existencia tolerable. La experiencia del
depresivo no es la de la locura, es la del vacío. No es el segundo nivel el que
le preocupa, es el primero, es aquel en el que su existencia se le hace
insoportable y la alternativa (que no lo es, como apunté) una solución. Llegó a
la conclusión de que la existencia no debe ser vivida.
¿Cómo
alivias eso?
Una
ultima cuestión. Se dice que en la depresión uno tiende a pensar que todo lo
que le ha sucedido es independiente de la voluntad. Como si el depresivo fuese
una marioneta del destino. Es por ello que confunde el primer nivel, con el
segundo, que es donde en realidad está situado, y eso es lo que le lleva a
desear la no-existencia. El diagnostico es bastante acertado, creo yo. Por lo
menos en lo que he podido vivir y en lo que he podido observar en una familia
donde la depresión es la clave existencial. Es por esto mismo que se te dice
que debes tomar las riendas de tu vida, put
yourself (shit) together o algo así. Toda la razón. En efecto, debes
afrontar la realidad con la seguridad de que tu agencia crea un cambio en el
mundo, no todo viene dado. Pero ojo, aquí está la trampa divertida: poner todas
las piezas juntas a lo mejor implica dar el paso que no te atreviste a dar.
Cuando
estás harto de la existencia creo que solo los demás son capaces de mostrarte
que, en efecto, es que es para estar harto, pero bueno, tal vez merezca la pena
tirar para adelante, solo por el hecho de que tal vez, solo tal vez,
disfrutaras de agradables fenómenos de la experiencia que de otra forma no
sentirás. Y además, lo vamos a hacer juntos.
Hay
días en los que todo esto me parecen pavadas (todas y cada una de estas
palabras que he escrito).
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