Hans Gruber cae
Hans Gruber cae.
Cae a cámara lenta: es un gran batacazo. El
suelo le llama. Una muela que cae. La piel que se descuelga.
Sin un bang.
¡Pobre Hans Gruber! ¡se le ocurrió robar
la Navidad en California!
La gravedad es extraña. No es un
gancho que se agarra a las cosas, que las sujeta para que estén juntas.
No es el
amor que da el Cosmos.
Es la misma cosa el ser propulsado al
cielo y el caer libre.
Misma fuerza, misma fuerza.
Pero no veo que sea lo mismo. Hans
tampoco.
Hans Gruber cae.
No hace mucho, hubo un tiempo en el que
los malvados del cine de acción debían caer desde lo más alto.
La ética del cine de acción solicitaba
dos muertes: la real y la moral.
Primero: la herida física. La causa: arma convencional. Lacera la carne: el corazón se detiene.
No hay marcha atrás. Es un fenómeno
irreversible e irreparable. Es la muerte. ¿Qué más quiere el héroe?
Segundo: La herida moral. No basta con
matar al malvado, su sistema ideológico debe caer también.
Como en Babel, atreverse a estar tan cerca
de retar al bien debe ser castigado.
Como Lucifer, enfrentarse a lo bueno
se paga con la caída.
Abajo, muy abajo.
Hasta que reviente.
Hans Gruber cae.
Se dice a sí mismo lo de hasta aquí todo
va bien.
Sobre esto, había un poema sobre esto,
Falling de James Dickey.
No trata de que mientras cae todo va
bien, sino sobre la vida y la caída.
A veces te toca caer, a veces se espera
paciente que sea otro.
El pescador echa el cebo, la paciencia
como virtud.
Pero a cebo y presa no se les une por
fuerza.
No gravedad, no causación, no nada.
Los estudios estocásticos lo demuestran: cebar
no garantiza presa.
El pescador espera. Puso toda la carne en
el gancho. Pero nada pica.
Porque desde un punto de vista absoluto, acelerar y caer son la misma cosa.
Hans Gruber lo sabe, porque una vez subió
y ahora cae.
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