Max Payne, el último héroe de acción
Sobre la saga Max Payne
se pueden realizar numerosas reflexiones que trasciendan sus aspectos formales
o la lógica de su narración. En ambos casos, parece que la serie de videojuegos
de Rockstar cumplió con creces su objetivo de innovación y de ofrecer una
experiencia diferente a la de otros de los juegos de acción del momento. Entre
otros, Max Payne podría servir como
ejemplo para los Estudios de género sobre cómo la auto-imagen del hombre
contemporáneo se ha ido deconstruyendo, pues estos juegos presentan a un varón
desubicado que ha perdido su razón de ser como garante y protector de la mujer.
Pero en lo que resta me centraré en otro aspecto diferente: aunque aludiré a
toda la saga, me interesa particularmente la última entrega, estrenada en el
2012, pues, considero, que es la que de algún modo otorga un mayor sentido al
resto de títulos y aporta un potente componente auto-reflexivo sobre el
personaje principal, un repaso a la historia del videojuego y, sobre todo, dudas
acerca del papel del héroe de acción en los tiempos actuales.
Hace unos días pude ver el documental Electric Bogaloo: the wild, untold history
of Cannon Films (2014), sobre la productora de cine Cannon cuyo catálogo de
películas es terrible en el sentido de amplio y de mala calidad. Las películas
de Cannon eran el sucedáneo natural de videoclub de las películas triple A del cine de los ochenta; si no
podías ver Indiana Jones porque no la
pasaban por televisión o nunca llegaba a los video clubs, alquilabas Quatermain. Entre sus más de trescientos
títulos los hay buenos, pero son los menos. Cannon representa toda la nostalgia
de un mundo que ya se fue hace muchos años: el de los videoclubs de barrio en
el momento del boom del vídeo doméstico (recuerdo que en escasas tres manzanas
alrededor de mi casa había cinco videoclubs, algo que responde a ese modelo
español de que si algo funciona satura el mercado hasta que todos tengamos que
cerrar, y, en efecto, eso fue lo que pasó: todos cerraron en menos de dos
años). Cannon es sinónimo de motoristas-ninjas, de secuencias de sexo
injustificadas, de violencia, de cine de serie B, de exploits masivos en forma de secuelas, de Van Damme, Chuck Norris y
Charles Bronson, y de tantas otras tropelías que de niño disfrutaba y ahora
recuerdo con cariño. Pero si algo
aprendí con Cannon fue lo que era un héroe de acción.
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