La nostalgia como distintivo de comunidad
Que
la nostalgia vende ya es algo que se encargó de decir La Sexta hace bastante
tiempo. La porción de tiempo que va desde finales de lo años setenta hasta
principios de los noventa es un filón de ventas en la Kulturipop. Relojes Casio.
Chandals de las olimpiadas del 76, Naranjito, Mazinguer Z, La bola de Cristal,
Mcguiver, los cromos de D’artacan, Wylly Fog, Chuk Norris, Van Damme… La
conclusión de la noticia era…bueno, como en toda buena noticia, no había
ninguna conclusión, en realidad solo sacar alguna que otra tienda de la calle
Fuencarral para promocionarla. Sin embargo, se presentaba el fenómeno como algo
global, por lo menos con aquellos países con los que nos comparamos (ya se sabe
desde cierto paralelo para arriba, nunca para abajo). Pero cualquiera que haya
viajado un poco caerá en cuenta de que esto dista mucho de la realidad. Los extranjeros
no llevan camisetas de Oliver y Benji, Charles Bronson, o de Gila.
Viajo
poco. Me gustaría hacerlo más pero sufro cierta psicosis de viaje. Es difícil
llevarlo porque me encanta ver sitios nuevos y perderme por lugares que
desconozco, pero me preocupa toda la fase previa. Es difícil vivir así, la
verdad. Pero bueno, ya trato de hacer propósito de enmienda. Esto viene al caso
de que, en realidad, conozco menos de lo que me gustaría aquello más allá de
nuestras fronteras, lo que puede minar mis conclusiones. Sin embargo, he podido
vivir, aunque sea por poco tiempo, en alguna de estas ciudades con las que nos
medimos. Y creo detectar que allí o bien la nostalgia no vende o bien aquí está
pasando algo que no solo tiene que ver con el marketing, como apuntaba La
Sexta. La forma que tenía de reconocer españoles de mi generación en Nueva York
era gracias a sus camisetas de Darth Vader, del New Team (Campeones) u otros distintivos de una época que ya pasó. Esto es,
se les reconocía por la nostalgia.
Melancolía
y nostalgia se confunden a veces en nuestro uso cotidiano. De hecho, la
nostalgia comenzó a considerarse un mal
o enfermedad más o menos a principio del siglo xx. Sobre todo entre los
soldados en el frente. La melancolía, como estado del ánimo, se caracteriza,
mayormente, por la incapacidad de superar una pérdida. No se trata solo de un
duelo mal realizado, que también, sino entrar en un bucle constante con el
pasado del que no se puede escapar, pues un recuerdo impide reconciliarse con
la pérdida o se convierte en algo inafrontable. ¿Es algo parecido a un rumiar
contrafactual sobre las posibilidades del pasado? No exactamente. La melancolía
no admite oportunidad, de ahí que el ser acabe atrapado en ese círculo con el
pasado. El pensamiento contrafactual, aunque pueda ser disfuncional en
múltiples ocasiones, permite evaluar aquello que pudo haberse evitado o
provocado y prepararse para el futuro. El melancólico ya no necesita el futuro,
pues quedó atrapado en ese evento del pasado. El ejemplo clásico de melancólico
ha sido Hamlet. La melancolía es destructiva, como el choque entre dos
planetas. La sociedad española, en tanto esa generación que se perdió, no es
melancólica. Nuestro mal, en todo caso, es la nostalgia y el resentimiento –de
lo segundo hablaré en otra ocasión.
La
nostalgia es la añoranza por algo que se perdió. La nostalgia puede superarse,
y, por lo general, es un estado de ánimo bastante común. De hecho, el ser
humano, en tanto que ser-en-la-historia es nostálgico pues todo es siempre pérdida
y recuerdo. Sin embargo, esto no imposibilita que podamos ir tirando y, además,
ser felices. Un lugar común de la nostalgia es la niñez. Excepto infancias
terribles –las cuales son, por lo general bloqueadas –este momento de la vida
suele ser el paradigmático. Sin embargo, aunque sabemos que esto es así ¿ha
sucedido en todas la generaciones por igual? Partiré de la premisa de que, en
efecto, hasta las generaciones de postguerra recuerdan con nostalgia el pasado;
como dije, es una condición sustancial del hombre. Sin embargo, un presente
acogedor y calentito hace que uno olvide el frío del pasado. Claro que si la
que está cayendo es una tormenta de nieve y nuestra casa está agujereada, puede
que el pasado sea el mejor refugio.
¿Recordáis
Nostalgia Televisión? Mucha corrida de toros, programas de canción ligera y
alguna que otra grabación de teatro en vivo. Ahora en TVE ponen los años del
NODO; pero en ningún caso esto es nostalgia. Es apuntar a aquellos targets a
los que van dirigidos los programas para decirles que ESO era lo bueno.
Imaginemos el señor mayor griego escuchando por enésima vez los cantos de la
Iliada una noche de verano en Atenas. La sensación es la misma: eso no es
nostalgia, es creer que hubo un tiempo de oro y que ahora estamos en otra época
peor. Pero, se supone que esto debe funcionar así: la edad te lleva a pensar
esas insensateces. Ahora bien, ¿cómo treintañeros andamos igual que esos viejos
griegos con “La Bola de Cristal”?
La
respuesta se me escapa. Hablando con personas más sagaces que yo llegamos a la
conclusión de que somos una generación que es autocosciente de lo feliz que fue
durante esos años ochenta. Claro, es una falsa impresión, porque ni todo estaba
tan bien –ya hice alguna entrada al respecto –ni la vida era de color de rosa.
Sin embargo, había una sensación generalizada sobre que existía un futuro de oportunidades.
Podías entrar o no en el juego, pero las reglas consistían en que si te
portabas bien, dejabas que las instituciones hiciesen lo que debían, estudiabas
y te esforzabas, de mayor ibas a ganar más dinero que tus padres e íbamos,
entre todos, a levantar este país del oscurantismo en el que andamos desde el
siglo XVI –salvo excepciones. Era feliz no porque en sí lo fuese, sino porque
había futuro. Siendo esto así, con la panza llena y objetivos claros, lo de
perseguir a las chicas (o chicos, según) posiblemente era una de las mayores
preocupaciones. (No debería incidir en esto, pero todos sabemos que siempre hay
gente que queda en la cuneta, es obvio que para ellos, la farsa estaba bien
desvelada bastante tiempo antes).
Pasaron
los noventa y entró el euro. Cuando las oportunidades debieron abrirse se
cerraron las puertas. ¿Y ahora qué? Pues aún nos queda un refugio: la
nostalgia. La nostalgia en forma de objetos que remiten a un pasado perdido e
irrecuperable en donde la oportunidad era la norma. Se compra nostalgia no por
lo cool, aunque de eso algo hay
siempre, sino porque es una forma extravagante de traer el pasado al presente.
En otros países en donde creen en las oportunidades la nostalgia es
irrelevante: queda para el coleccionista. Hay sociedades que ponen su vista en
el futuro, otras que se anclan en el presente con sus tradiciones y normas
–piensan haber hallado la estación terminal de la historia, y otras, como la
nuestra, que se varó en el pasado.
Puede
que sea yo, que tengo sensación de derrota, pero creo que ni estoy solo ni soy
el único. Tal vez hablar de ello me (nos) ayude a pensar la nostalgia solo como
algo bello e irrecuperable, una condición natural de la conciencia, y no acabar
sublimando la pérdida en algo cíclico e irrecuperable, como el melancólico.
Supongo que no es solo una cuestión personal: cada uno de nosotros podemos
(debemos, tal vez) aportar algo en este embrollo, pero también debemos ser
incentivados con oportunidades (aunque haya que buscarlas o pelearlas). Traer
el pasado al presente no va a ayudarnos en esta situación. A fin y al cabo, la nostalgia
también se pierde en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
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