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Miedos que no pueden cumplirse (III)



Este es aún más extraño que los anteriores. Algún tiempo de mi vida, cuando aún podía haber pasado por la puerta de un Imaginarium, esta idea me aterrorizaba, pese a saber que era un miedo imposible. A día de hoy, a veces, continúa sucediéndome; me lleva esto a concluir, que, tal vez, la forma sea poco común, pero el fondo afecta a más personas. La idea nunca surgió de mí. Como casi todos los miedos, vienen de otros seres; la televisión, en este caso.

Me despierto. Hace algo de calor pegajoso. Intuyo que es tarde pese a que esté en plena oscuridad. Es extraño, pero quiero pensar que me dejé las persianas bajadas. Enciendo las luces de la habitación, y aunque es cierto que bajé las persianas no lo están del todo. Pero no entra luz alguna. Las alzo y descubro que algo negro tapa la luz. Es una especie de plancha de metal –en otras versiones es simplemente un muro de ladrillo. Abro la ventana y toco la pared metálica. Está algo caliente. Lo suficiente como para que la mano se me queme si la dejo un rato. Es dura y sin muescas. Camino hacia otra habitación, donde también murió la luz, y tras la ventana compruebo que tengo otra plancha de metal caliente con las mismas características. Toda las ventanas están tapiadas con ese metal. Sobraría decir que la puerta de salida también lo está.

Pasa el tiempo, y en la locura de verse atrapado en tu propia casa, el calor poco a poco aumenta. La ropa sobra y la sensación de soledad se hace insoportable. Que se agolpen las preguntas tampoco ayuda a racionalizar la situación. ¿Por qué? ¿a qué se debe todo esto? Pero el calor solo sube y sube despacio, como tomándoselo con mucha calma, con la parsimonia del buen torturador. Sea lo que sea la vida, sé que acaba ahí. Antes de sucumbir al desánimo enloquezco y consumo lo que me queda de ser en golpear desesperado la plancha metálica con cualquier utensilio que encuentro. Ni una sola mella.

Me siento en el sofá. La televisión dejó de tener señal hace rato; debido a lo digital, ni siquiera queda el consuelo de la niebla de estática. Tengo tiempo para repasar mí vida y darme cuenta de lo poco que hice y de lo mal que organicé mis asuntos. Morir encerrado en tu propia casa, en la más completa soledad. El presente tampoco era mucho mejor, pero creí que aún quedaba esperanza. El futuro es una plancha de metal caliente. 

Algunas bombillas revientan. Pronto mis órganos se habrán cocido y todo esto habrá acabado. No tendré la tregua de la deshidratación. Me digo, ¿cómo llegue hasta aquí? Pero soy incapaz de responderme.


Este miedo me llega desde una tanda de relatos de terror que programaba TVE hace demasiados años; creo que los viernes por la noche. Una familia despertaba en una circunstancia similar a la que describo. Ellos tratan incluso de salir por la chimenea pero un líquido verde y espumoso se lo impide. La familia acaba por enloquecer sin saber qué sucede. Solo el espectador es consciente de lo que encierra el relato: En un lejano futuro algunos muñecos tienen una IA limitad; un niño dejó la casa de muñecas donde vivían dentro de un horno y puso una chocolatina sobre la chimenea; el niño quería experimentar con los juguetes de su hermana. Me asustó en dos sentidos: el primero, no saber que eres un muñeco manejado por un niño abstruso; aunque el tema sobre no saber-qué-eres o qué-es-Matrix está muy manido, posiblemente fue mi primer encuentro con esta idea. La segunda cosa que me aterrorizó profundamente es verte encerrado en tu propio hogar: sin posibilidad de escape, tu vida acaba en el mismo punto donde empezó tu conciencia. ¿Morir en el mismo sitio en el que llevas toda la vida?


Cuando me asomo a la ventana puedo ver el edificio de enfrente. No está muy lejos. Con un poco de impulso podría romper los cristales de las ventanas. No es de extrañar que a veces piense que un día me levantaré y estaré encerrado en mi propia tumba. Como el escriba de un faraón. Y es horrible, porque seguro que pensaré, ¿cómo es que llegué hasta aquí?

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