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Reconciliación














«My mane is Daniel Lugo, and I Believe in Fitness»

En una antigua entrada insinué cierta relación entre el perdón, la reconciliación y el arte. De otra forma, de cómo el arte puede hacer que te reconcilies con aquel que lo ha producido. Alguien que, tal vez, haya tenido un comportamiento poco adecuado toda su vida puede ser perdonado gracias al legado que deja para el resto. Así, me quejaba sobre la herencia que podrían dejar(nos) aquellos que ahora han expoliado este país. Era imperdonable e irreconciliable: habían destrozado el gran sueño al levantar monstruosas infraestructuras, al dejarnos fuera mientras ellos engordaban la panza.  En ellos no hay arte siquiera con el que reconciliarse.

Es cierto que para que haya reconciliación primero debe haber perdón. El perdón de por sí es problemático, pues para que tenga algún valor este debe ser sobre algo imperdonable –como decía el bueno de Derrida. Algo que no pueda ser reparado o sea irreversible. El perdón, así, no puede ser un término jurídico, aunque lo exista. Yo que ando buscando reconciliación en distintos aspectos de mi devenir, sé de lo que hablo, aunque me falten las palabras para explicarlo. Anhelo la reconciliación, con otras personas, pero también conmigo mismo.

De entre las cosas extrañas que me han sucedido estos meses una de ellas fue encontrarme de bruces con una reconciliación a través del arte. Es cierto que esta reconciliación es deflacionaria, y el perdón del que hablamos figurado. Sin embargo, Michael Bay, autor de la película Pain & Gain, puede que sí que se haya reconciliado con su propio trabajo. 

Como se puede suponer, no conozco de nada a Michael Bay más allá de sus películas. Es por ello que me sería fácil perdonarle, pues lo único negativo que puedo decir de nuestra relación es que algunas de sus películas ofenden la inteligencia, así en general. No es que sea un mal director, es un tipo del oficio y sabe lo que hace, sino que sus films son tontorrones, ridículos. Su estética es de videoclip de rapero californiano: la costa oeste de los EE.UU es el lugar que conoce bien. Sus películas siempre hay explosiones, tipos duros, chicas calientes y música épica de Hans Zimmer o de alguno que le clona. Es tan risible en sus decisiones que todo el mundo recordará el momentazo de Pearl Harbor en el que los soldados heridos en el ataque japonés reciben las transfusiones de sangre mediante botellas de coca-cola. Michael Bay es un señor capaz de hacernos pensar que Nicolas Cage era un héroe de acción –y pensar que no nos reiríamos -, o crear engendros tan monumentales como las películas de Transformers. Es como si fuese el hermano malo de Tony Scott (no Ridley, otro); dadas las similitudes entre ambos, no sería de extrañar que tarde o temprano acabara arrojándose por un puente, como hizo Tony.

Pero entre desmanes como Bad Boys (uno y dos) nos deja Pain & Gain, la película que hubiera sido Fargo si los hermanos Coen hubieran vivido en California y decidieran usar cocaína como combustible para alimentar la máquina del absurdo. Pain & Gain, está condenada a ser olvidada desde el primer frame. Cuenta la historia de Daniel Lugo, un culturista que decide cumplir el sueño americano como lo hacen en las películas, a lo grande. Con unos colegas también culturistas secuestran a un empresario para sacarle a hostias y con un plan de tarugos todo el dinero que este señor tiene. Lo peor de todo es que está basada en un hecho real.

Pain & Gain juega en dos niveles: el primero es metareferencial. El segundo habla sobre los espectadores de las película de este tipo. Es meta porque reúne todos los tópicos de las películas que el propio Bay ha filmado, sin embargo subvierte las reglas de su propio juego en un ejercicio de estilo bastante sutil. Los planos que convierten en héroes a los protagonistas de Armaggedon aquí sirven para ridiculizarlos (mención especial al plano de los protagonistas caminando hacia la cámara mientras explota algo al fondo, que sirve para que veamos lo que ellos osn incapaces de ver). Bay filma hasta en su propia casa –que es la de un productor de películas porno, en la película. Es un ejercicio de autoconsciencia, de dónde está él situado y cuenta lo que mejor conoce: el mundo de la fama, los coches rápidos, la cocaína y la codicia desmedida. Bay representa cualquier deseo de aspiración de un chaval de suburbio de Los Ángeles. Sabe que sus personajes son Grand Thef Auto fast food. Es capaz de reírse de sí mismo y de todas sus películas en las dos horas de este film. Esto en sí, es un ejercicio de reconciliación con uno mismo del que no todo el mundo es capaz. Tomar tanta distancia necesita madurez; artística, en este caso. Pero también personal. En la encrucijada en la que me encuentro, soy incapaz de un ejercicio así con mi propio trabajo. Soy capaz de reírme de mí mismo, pero no de pagar el precio que la autoconciencia de mis actos me está reclamando.

El segundo nivel es tan interesante o más. ¿A quién va dirigidas las películas de Michael Bay? ¿A aquellos que tienen, como Daniel Lugo, a Scarface (la de De Palma) o los personajes del El Padrino como referentes?¿Los que ven sus películas como si fuesen documentales o vídeos motivacionales? Pain & Gain es una patada en la entrepierna a los consumidores de este tipo de películas de testosterona desatada incapaces de diferenciar entre pornografía sobre la violencia y la crudeza u el horror de la violencia real. El que ve una película de Haneke no tiene problemas con esa diferenciación, por ello no tiene sentido que se reflexione sobre ella, aunque pudiera haberla. Tratar de que un tarugo produzca un ejercicio reflexivo en uno de los espectadores arquetipo de este género tiene bastante mérito. Al menos, como radiografía funciona.

Los protagonistas de Pain & Gain tienen serios problemas: no se les presenta como perdedores, pues acabas por simpatizar con ellos, al contrario. Son una panda de tarugos que quieren alcanzar el sueño americano a toda costa. ¿Qué sueño americano? El self-made man, claro. Son personas con la capacidad de disciplinar su cuerpo de tal forma que parecen tallados en piedra. Sin embargo, son ciegos a todo lo demás. Es esa ceguera la que les vuelve idiotas. Unos auténticos tarugos que no son capaces de reconocerse (o reconciliarse, en otro nivel) con su forma de vida. Son do-ers, pero de qué vale todo eso si no está bien dirigido. ¿A la frustración, tal vez? ¿Cómo es posible –se pregunta uno de estos personajes –que alguien capaz de perder tanta grasa y convertirla en puro músculo tenga que trabajar sirviendo tacos?

Daniel es el más ciego de todos. Su monólogo final (que reproduzco en parte) es lo más cerca de la autoconsciencia que demuestra en todo el film. A su vez, es la falta de nivel reflexivo de aquel que se traga las películas de acción de este calibre sin el menor aparataje crítico. Pero funciona también como un discurso sobre la propia forma del capitalismo: Que nadie se engañe, el capitalismo no aspira a que todos seamos iguales, una vez dado eso, llega pensar ¿por qué no puedo ser mejor que tú? Pero los otros personajes no tienen desperdició: Paul Doyle es un exconvicto que ha descubierto a Dios en la cárcel; se intuye que su homofobia es una homosexualidad mal entendida, por eso sus excesos van dirigidos en sublimar su hipermasculinidad. Adrian Doorbal tiene problemas de erección debido a los esteroides –dicen –y  pese a sus delirios de grandeza, acaba por casarse con la única persona que le hace caso, una mujer gordita que trabaja como enfermera en una clínica contra la impotencia. Ella es el único personaje decente de todo el film junto con un detective interpretado por Ed Harris y la mujer de éste. Hay gente que no se da cuenta de lo que tiene delante de sus narices, le comenta ella a Ed Harris. Y en efecto, Lugo es incapaz de darse cuenta de lo que ha hecho, menos aún pedir perdón o buscar reconciliarse con el mundo. Piensa que I did my best to reach the goal. Como hubiera hecho Scarface. En mi caso, que sí soy consciente de lo que hice, debo cargar con la culpabilidad. Y aunque pienso que ya pagué de más, eso es, en sí, un indicador de mi falta de reconciliación. Jamás querría acabar con un monólogo interior tan desolador como el de Lugo.

Pienso que nuestro resentimiento como sociedad y la imposibilidad de reconciliación con los poderes que nos controlan tiene mucho que ver con la imagen que nos hemos creado de nosotros mismos. No creo que debamos conformarnos con ocupar un lugar determinado e impuesto, claro. Pero también debemos reencontrar qué es aquello que de verdad importaba. ¿En serio merece la pena tal o tal si con ello vas a perder lo qué más quieres? Los fuegos de artificio, la vida de Blesa (o quién toque sacar hoy en TV) no es el camino. Tampoco se trata de reivindicar el adagio de que el dinero no da la felicidad: en esta sociedad sí lo da. A lo mejor es ese el problema, que sabemos que es así. Tal vez eso sea lo que tengamos que cambiar, quién sabe.

Como dije, Pain & Gain está condenada al olvido. Sus críticas la dejan, por lo general, bastante mal. Estoy casi seguro de que si no la hubiese firmado Michael Bay la cosa hubiese sido diferente. Recordemos el caso de J.K Rowling, recibiendo palos por Harry Potter y, en cambio, muchas alabanzas cuando usó un pseudónimo con su última novela.

A veces el arte te reconcilia con la otra persona. En cierto modo me he reconciliado con Michael Bay, un tipo que pensaba que creía que yo era gilipollas. Por mi parte, muchas noches sueño que soy capaz de algo parecido. Lo juro. Que pese a lo imbécil haya llegado a ser pueda crear algo que me reconcilie con alguien; que se me sepa perdonar todo aquello que haya podido ser, aunque sea una definición de perdón deflacionaria. Algo que haya creado y que no supiera en su día expresar con palabras o gestos.

My name is Alberto Murcia, and I believe in arts.

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