El Invierno del dibujante
Nunca encuentro el momento para contar esto. Son de las entradas
que me gustaría que gustasen. De las que quiero que sean buenas. Al final ni
una cosa ni la otra.
Esta va sobre un éxito y un fracaso.
Aunque me suelo sentir bastante incómodo al utilizar expresiones
como éxito o fracaso para referirme a situaciones como estas, creo que la
inteligibilidad de aquello a lo que quiero llegar se haga más próxima para
aquel que decida terminar el texto de esta entrada. En realidad no hay tal
éxito o fracaso, solo una asociación de ideas entre dos eventos bastante
parecidos.
Hace ya un par de meses, una portada de la revista satírica
(digamos) El Jueves fue censurada por la junta directiva que controla la
publicación. Desde RBA prohibieron que se hiciera mofa de la sucesión en la
realeza española. Básicamente Juan Carlos I colocaba una corona llena de
excrementos sobre la cabeza del próximo monarca, Felipe VI. El suceso pudo
haber tenido una trascendencia menor si no fuese por la rápida sucesión de
abandonos de la revista por parte de algunos de los colaboradores habituales de
la publicación. Entre ellos Manel Fontevilla o Vergara. Pese a las numerosas
bajas El Jueves sigue saliendo el miércoles. En un par de semanas, los que
abandonaron el barco montaron una web llamada “Orgullo y Satisfacción” donde
dieron cuenta de los chistes que quisieron al respecto y recientemente han anunciado
la publicación de una revista a partir de septiembre (si no me equivoco) debido
a el éxito, tal vez inesperado, de la web. El apoyo superó las expectativas. Esta
es la historia del éxito.
Esta situación trajo a mi memoria algo parecido que sucedió la primavera
de 1957. La editorial Bruguera perdió a algunos de sus dibujantes estrellas
porque pretendían abrir una revista, Tio Vivo, en la que ellos fuesen
propietarios de sus creaciones. No los enumeraré pero una de las cabezas del
asunto fue Escobar, el autor de Carpanta o Zipi y Zape. Está es la historia del
fracaso.
Casi todo lo que sigue está sacado de “El invierno del dibujante”
de Paco Roca, donde se relata este proceso. El comic es excelente, una
pequeña joya del tebeo español de un autor que está creciendo considerablemente
en su compromiso político (Los Surcos del Azar es una sobresaliente reflexión
sobre la Guerra Civil y los Republicanos que pelearon en la II Guerra Mundial,
pero también lo es sobre la memoria y el compromiso, con el amor o con los
ideales, tanto da).
La Editorial Bruguera fue el referente del tebeo en España hasta
que la absorbió Grupo Z. Era un negocio familiar que funcionaba indistintamente
con mano de hierro y guante de seda. Por una parte, los dibujantes estaban
sometidos a una carga de trabajo inhumana: si hubiesen estado trabajando en una
factoría nadie tendría dudas de que aquello era lo más parecido a la
explotación. Pero, por la otra, Bruguera siempre fue los que mejor pagaban a
sus trabajadores. Recuerda al Mercadona. Pero aunque pudiéramos pensar que el
peso del trabajo era cubierto por el dinero que recibían, el grupo de
dibujantes que decidieron abandonar Bruguera plantearon un problema que resulta
fundamental. Se iban no solo por el régimen laboral sino porque no eran
propietarios de sus creaciones. Era un problema de control de la obra más que
de las condiciones draconianas.
De entre los que deciden quedarse estuvieron un recién llegado
Ibañez y Vazquez, el personaje más extraño del mundo de cómic; un vividor de
campeonato que cumplia su modo con las tareas de Bruguera pero que siempre se
las apañaba para trabajar lo mínimo y nunca pagar un café o una comida. Paco
Roca ni el film que se hizo sobre Vazquez parecen que exageran en su descripción. Era un jeta
redomado, pero compensaba con que era una persona excepcional. Ibañez se queda
por la seguridad; en Vazquez no está claro, pero podría pensarse que se debió,
extrañamente, a algo parecido a la lealtad.
Los dibujante deciden crear TioVivo para controlar sus obras y se
plantea como una especie de utopía para el trabajador. Casi más una comuna de
democracia directa en los momentos más complicados de la dictadura franquista,
TioVivo iba a ser el oasis de la creatividad. Reconozco que no tengo la
capacidad para juzgar el resultado, pero la crítica suele destacar que la
publicación era mejor que lo que se hacía en Bruguera y los trabajadores
disfrutaron de una situación envidiada por toda Europa. Fracasó.
Al año y algo de la aventura en solitario, las ventas fueron
insuficientes para mantener el sueño y la realidad de la vida cotidiana les
obligó a cerrar su publicación y volver a Bruguera. Cualquiera puede pensar que
cuando se produce una “traición” como la de estos dibujantes, Bruguera cerraría
sus puertas. Sin embargo, esto no sucedió. Se dieron, aparentemente, dos
circunstancias: por una parte que los directores de Bruguera eran buena gente,
apreciaban a sus trabajadores e hicieron un verdadero negocio familiar (de los
que ya pocos existen); los dibujantes eran familia. Pero apuesto a que había
cierta necesidad de recuperar a esas personas por el bien de Pulgarcito o DDT.
Es cierto que cualquier otro podía haber retomado a los personajes, pero creo
que algo de esta necesidad mutua se impuso. En cualquier caso, el sueño murió.
Las distancias son considerables, podemos estar de acuerdo en
ello, pero las similitudes también apuntan a hacia algo en lo que Vergara y
compañía se asemejan a Ginés y Escobar. Ya sea por hacerse cargo de sus
creaciones o por sentir el peso de la censura, el impulso les lleva a un vacío
en el que deben jugar sus cartas sobre la mesa sin miedo y precisión. En el
primer caso, el barco se hundió, en el segundo ya veremos. Los tiempos son
distintos; además la gente de El Jueves son humorista gráficos más que
contadores de historias como lo eran las de Zipi y Zape; pero el problema es
inquietantemente simétrico. Tal vez los hilos que encuentro son invisibles como
el traje del emperador –aunque aquí el necio soy yo.
Al menos que esto sirva para recomendar una obra tan buena como la de
Paco Roca para aquel que quiera aprender un poco de la historia del tebeo
español y de la lucha de sus dibujantes por ser reconocidos. La similitudes
entre lo que ocurre en El invierno del Dibujante y lo que sucedió en la Guerra
Civil están ahí esperando ser descubiertas, incluso aunque la intención de Roca
fuese otra. La sensación de fracaso y pérdida en Escobar, un republicano
represaliado, refleja, como en un espejo de Valle Inclán, el daño
indescriptible que una sociedad prácticamente feudal como era la España del
siglo XX en su primera mitad sufrió a causa del fascismo y la Guerra cainita
que partió para siempre un país. Al menos hasta ahora, en el que las heridas se
curan con saliva de gato en lugar de ser restañadas por profesionales.
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