Escribir para los que no leen
Ando en un momento bastante complicado. Me he dado cuenta de que
no saco un artículo desde hace casi un año. De publicar ni hablamos. Sí, entre
medias he terminado un doctorado y sacado adelante un par de proyectos, tengo
otro adelante y sigo trabajando de vez en cuando sobre ideas en las que estoy
metido, así como enviando call for papers. Sin embargo, la sensación es de que
no avanzo nada en mis ocupaciones y que el tiempo pasa deprisa. Esta entrada
tiene relación con esto, pero viene, como está siendo habitual en las últimas,
de una trivialidad que se niega a abandonarme.
Hace un par de días escuché una conversación en un bar. Un chico
al que yo sacaría por lo menos diez años estaba hablando con una chica de más o
menos su edad. El chico hablaba de libros y series, ella escuchaba y asentía mucho;
también le comentó que escribía libros. Me recordó a mí, no tanto en el tono y
en que no deje hablar, que también, sino en que me daba la sensación de que
este chaval estaba tratando de ligar con la chica. Yo hacía estas cosas, no por
darme importancia, sino porque no se me ocurría otro modo.
La cosa es que el chaval escribe. Por lo poco que capté me dio la
impresión de que eran cosas relacionadas con fantasía o ciencia ficción. Sea
como fuere, dijo una cosa que en un primer momento me pareció bastante rara.
“Mis libros les gustan más a los que leen poco que a los que leen.” Luego
explicó que a su tía le había gustado pero que a gente que leía a Peréz-Reverte
pues no. Bueno, dada mi carácter me saqué de la manga un chiste a costa del
chico y pensé pues mal vas. Añadió que una de las intenciones de su libro es
que se leyera con música, lo que me recordó algo que cuando tenía quince años
me empeñé en hacer varias veces. Ahora más crecido pienso que si quieres hacer
algo que convine ambas cosas mejor haz una maldita película. El razonamiento
del chico, supongo que a nadie se le escapa, es desacertado. ¿Cómo es eso de
hacer libros para gente que no leen o que leen poco?
Después le di vueltas al asunto. Y dejó de parecerme ridículo y
comencé a creer que ahí estaba encerrado el secreto de todas mis cosas.
Hace años leí algo que dijo el fallecido Tom Clancy. A la pregunta
de qué pensaba sobre lo que decían sobre sus novelas el contestó algo que se me
antojó (“antojar”, qué expresión más en desuso) bastante honesta: “Yo no hago
literatura. Yo escribo libros”. Existe cierto paralelismo entre la afirmación
del chico y la de Clancy. La primera mostraba, creo, extrañeza porque su
trabajo no interese a ciertas personas mas “leídas”. El segundo la experiencia
de un señor que trabajaba el Best-seller y que se dedicaba a hacer mucho dinero
con ello, con la autoconciencia de que lo que producía nunca iba a ser
considerado literatura por Harold Bloom, pero que le daba más bien igual –Clancy
tenía muchos lectores y nunca buscó renovar el área. Hace poco también topé con
algo parecido de boca de Stephen King. Venía a decir que él lo hacia porque le
gustaba mucho, porque la gente lo compraba pero que no se hacía ilusiones, en mil
años nadie leerá Carrie o Salem’s Lot.
El debate de fondo, claro está, es qué es aquello que podemos
llamar literatura. ¿Qué es el canon? ¿Cómo se fabrica? ¿Por qué Virginia Woolf
sí y Perez-Reverte no? Honestamente, no me interesa el debate. Virgia Woolf me
aburre profundamente, pero al leerla de algún modo se que ahí hay algo que es
mucho mejor que lo que Perez-Reverte vaya hacer en toda su viril existencia.
Tal vez porque soy muy leído (aunque no tanto) o porque en los trucos de
Reverte se ven las cartas en las mangas, mientras que lo de Woolf es una buena
colleja que no la ves venir. Sea como sea, es como comparar Ciudadano Kane con
Mad Max como si fueran de la misma liga. Por eso el debate no me gusta, porque
creo que mezcla el tocino de los michelines de Orson Welles con la velocidad de
los coches dopados de los punkis apocalípticos de las Antípodas. No es justo:
Kane es una maravilla tanto como Mad Max en sus respectivos contextos. Mi
interés se centra en la preocupación del chico, incluso aunque, como creo, me
la estoy inventado y nunca la tuvo. ¿Sucede que hay cosas que mejor dejarlas
para el que no las practique mucho y así que lo valoren más? En un símil tal
vez poco acertado: ¿mejor ser la estrella de un equipo de Segunda B que chupar
banquillo en el Real Madrid?
Mi preocupación se sigue de aquí: Mi formación es de humanidades.
Al completo. Full packcage. Carrera, máster y doctorado. Tengo más humanidad
que el tribunal de Estrasburgo. Mi doctorado está trató de especializarse en
ciencias cognitivas y filosofía de la mente –alguien sugirió que mejor me
dedicase a otra cosa, by the way. El problema surge cuando trato de escribir
para filósofos. ¿Mejor que no sean muy filósofos para que guste más?
No tengo un problema de estos tan comunes de que se piensa “soy un
fraude y estoy como esperando que me descubran todo el rato”. No parto de ese
miedo porque me pienso bastante transparente, con lo que creo que no oculto
nada. Pero sí que me preocupa que se perciban, como así sucede, ciertos
estilemas y dejes idiomáticos que delatan que no eres de su tribu. Se supone
que esto lo adquieres con el tiempo, pero me temo que ahora mismo es la
preocupación que me persigue. Tengo la sensación de que no soy el único.
Seguramente debería buscar revistas que sean de filósofos pero poco leídos. Las
hay, estoy seguro.
Luego llega el momento de escribirse algo de esto de lo que se
supone que sé hacer. Sobre lo que llevo trabajando tanto tiempo y me encuentro,
precisamente, con este problema, cuando más leo más me parece que lo anterior
está mal. Necesita revisarse, pulirse y observarse desde otro punto. Por una
parte esto es bastante positivo, parece inferirse que algo se está aprendiendo
en el proceso. Por otra, a mí me bloquea. Me doy cuenta de que el tono (mi
tono) en la filosofía no llega al requerido. Es superficial y flácido.
Recuerdan a las chichas de Orson Welles pero sin el cerebro. F for Fake, man.
Leía hoy la entrada de Fernando Broncano, que todo el mundo que me
conoce, sabe que mantengo una relación de amistad más allá de que haya
pastoreado mi tesis. En ella comentaba, entre otras
cosas más relevantes, esa sensación extraña de cuando lees algo que dices
“mierda, esta persona ha dicho lo que yo quería decir pero mucho mejor” y te
entra mala hostia y admiración al mismo tiempo. Eso te sucede con el compañero
o con esa persona que viene detrás, por juventud, escribiendo nuevos textos. En
mi interpretación egocéntrica pensé, bueno no estaría mal que hubiera pensado
eso de mis cosas. Pero a parte del chute de ego manía que eso me produciría,
prefiero que las ramas no me impidan ver el bosque. Lo que está ahí oculto no
es que escriba o deje de hacerlo para que se valore más para gente más o menos
preparada, leída o ignorante en un asunto. El problema está en las emociones
que me puedan despertar aquellos que admiro cómo pueden adelantarse cinco pasos
por delante de mí a la hora de decir aquello que tengo en mente o cómo soy
incapaz de enfrentarme en bastantes ocasiones a un escrutinio público de mi
labor debido a que quiero que sea irrevocable. En estas tensiones son cuando
pienso, mejor dedícate a otra cosa y paso el día alejado de todo. No entiendo
un carajo.
Luego pasa el día y me doy cuenta de que lo mío solo puede ser una
huida hacia delante. Y sigo con mis cosas. Esperando que los que lo revisen no
lean mucho.
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