Quemé los barcos y solo quedó la suerte (o sobre el comercial del Sorteo de Lotería de Navidad del 2014)
El anuncio más famoso que adelanta la Navidad española –después de
que los de Freixenet decayesen –es el de la Lotería de Navidad. Todos los
países tienen sus grandes sorteos, el nuestro es el del día 22 de diciembre,
como todo el mundo sabe. El sorteo tiene la misma edad que “La Pepa”. No creo
en las casualidades de este tipo, pero no es el caso de esta entrada.
Aunque el anuncio de este año ha tornado hacia una dimensión más
próxima a las campañas lacrimógenas que desarrolló Campofrío recientemente, ha superado
en calidad al del año pasado –cosa poco complicada, por otra parte, pues el
despropósito de muertos vivientes alabando la Navidad fue más extraordinario
que el propio sorteo.
Es bastante probable que alguien desconozca el contenido del
anuncio, pero, por si se diera que este blog sobreviviese al inminente fin de
la civilización o al colapso de Youtube, paso a narrar la situación.
Un señor de aspecto ajado, que debemos identificar con un parado
de larga duración o un exconvicto, descubre que en el bar de toda la vida por
donde suele ir a tomarse una copa y hablar con el camarero, cayó el premio
extraordinario de la Lotería de Navidad, esto es “el Gordo”. Pero como el señor
está en el paro su dinero escaseaba y tomó la equivocada decisión de prescindir
de pagar el tributo que todos los españoles –en mayor o menor medida
–realizamos al Estado en estas fechas tan señaladas. Imagínense el cabreo. El
hombre tiene cara de poca juerga pero su mujer le pide que baje al bar a
felicitar a su amigo el camarero, pues la amistad es lo primero y hay que poner
buena cara aunque las cosas vayan de culo. Así que así hace. Camina hasta el
bar de toda la vida por un paisaje urbano nevado –más propio de Philadelphia o
Detroit que de lo que parece una barriada de Madrid o el Cinturón Rojo. Los que
han comprado el décimo están allí de bacanal. Aquí viene lo bonito: el camarero,
que da la sensación de que se chotea del pobre señor diciéndole que se fije en
cómo la gente se lo pasa bomba mientras él se está tomando el café más amargo
de su vida, le guardó un boleto y solo le embromaba. ¡Ahora el señor puede
participar de la felicidad compartida! ¡La suerte le acaba de salvar de la
mendicidad! ¡Hosanna en los Cielos! ¡Incluso la televisión le rescata del
anonimato al que estamos condenados los mortales! En el plano final besa a su
mujer. Ahora que la gran tormenta pasó, la cámara se eleva y mucha gente se
emociona porque se ve identificado en ese señor que está al borde de las
lágrimas desde el primer segundo del comercial.
Es propio de todo acontecimiento de impacto que se susciten
opiniones a favor y en contra. El anuncio más importante del año estaba,
además, en el punto de mira tras el fracaso del de 2013. A favor podría decirse
que formalmente está mucho más logrado que su predecesor; la intensidad e
implicación emocional se aproxima en mayor medida a ese espíritu que se
pretende reivindicar sobre la Navidad. Como es el hecho de que en otra
circunstancia el camarero no le hubiese guardado el billete de lotería, pero
siendo Navidad, pues la cosa cambia. Es imposible ser el sr. Scrooge todo el
año. La Navidad siempre se ha querido identificar con esos sentimientos de
compasión, conmiseración y hermanamiento. Ya se sabe que la noche del 24 de
diciembre es nuestra noche más larga.
En contra he recopilado algunos que han pasado por delante de mis
ojos mientras Internet estaba a otras cosas. Para empezar, se le ha acusado al
comercial de irreal o, peor, inverosímil; los españoles, que estamos muy
integrados en el capitalismo salvaje, seríamos incapaces de pagar por el boleto
de un parroquiano habitual. En otras palabras, el camarero del anuncio es
improbable. En esta página
puede encontrarse una respuesta interesante al respecto sobre cómo un camarero
es casi más importante que un amigo en según qué circunstancias y, como el
anuncio apunta, existe amistad además de simple clientelismo entre señor ajado
y camarero bonachón. Estoy, en parte, bastante de acuerdo con el comentario del
blog pese a mi pesimismo sobre la naturaleza humana. No creo tanto que sea
inverosímil como improbable, pero, en cualquier caso, si todo anuncio que vemos
debiera como imperativo ser veraz y probable no sé si sobreviviría algún
comercial. Es un mal ataque.
Un interesante comentario en contra vino de una de las personas
involucradas en el desarrollo del anuncio de la Lotería. Este es un tema
bastante distinto en el que no voy a entrar, aunque señalaré que lo que conozco
del mundo de la imagen y otras áreas del mundo laboral español, lo de trabajar
gratis es algo que todos permitimos y como el director de fotografía, Jon D.
Dominguez, que luego no fue llamado señala, todos deberíamos negarnos.
Desgraciadamente, eso está bastante lejos de darse. Sea como fuere, entiendo su
posición y creo que está en toda la razón.
El ataque más interesante, pese a que a veces da cierta puntada
sin hilo, es esta entrada en vice, pues creo
que golpea la cabeza del clavo con lucidez. Pol Rodellar señala el peor vicio
del anuncio:
“Lo que transmite este bingo nacional anual es la
celebración de la suerte por la suerte. No existe el esfuerzo, el trabajo, la
educación, la cultura, solamente la suerte podrá salvarnos, y lo hará con el
comodín del dinero. Solamente el dinero trae la felicidad. La cultura del
"chollo", del ladrillo, de los nuevos ricos, del pobre que pasa a ser
rico de la noche a la mañana.”
En otras palabras, la gran lógica del capitalismo
aplicado al que está abajo (sí, lo siento para los bienpensantes, pero hay
gente abajo y gente arriba). De pobre no te va a sacar nadie, por mucho que
hagas: solo el robo, la picaresca, el pelotazo o la puta suerte te va a sacar
del pozo. Existe una alternativa, el talento natural aplicado al deporte rey
(teniendo en cuenta que los talentos naturales no existen, se cultivan; pero
trato de aplicar la lógica perversa que se transmite de que las artes, la
inteligencia, la potencia física u otras virtudes se dan porque fuiste
bendecido por ello –cuestión, por otra parte, que entra en contradicción con la
idea de que el pobre lo es porque se lo ha buscado. En fin, nadie dijo que el
capitalismo fuera coherente –también fluctúa según el espacio y el tiempo). Lo
peor, insisto, es la idea de que el esfuerzo no sirve para nada.
En cierto modo, el mensaje es claro y veraz: nadie
dice que el esfuerzo te vaya a garantizar algo. Y, como he señalado en alguna
otra ocasión, también a la gente buena le pasan cosas malas. Si el esfuerzo no
garantiza ¿para qué esforzarse? Si digo la verdad, no tengo respuesta para
ello. Me cuesta cuando mi situación es de aquellos que se han esforzado durante
años sin sacar rédito. Así que no sé qué decir. En cualquier caso, no es el
tema. Lo que aquí está en cuestión es que una cultura que aboga por el esfuerzo
es una cultura que aspira a la excelencia. No sé si esa cultura será la buena,
pero sí que puedo afirmar que el modelo que plantea el comercial –el de nuestro
capitalismo de amiguetes –solo lleva al abismo a un noventa por ciento de la
población: eso está mal. Como Cristo, los de arriba dibujaron una línea en la
tierra y en lugar de decir eso de “el que esté libre de pecado…”, cerraron el
Arca y nos dejaron con el diluvio que ellos habían provocado.
En fin, poco más queda añadir salvo un apunte al
artículo de vice. El anuncio pretende retratarnos, como señala el redactor;
hace una mala broma de nuestros problemas y una análisis de cómo podemos
escapar de ella. Nosotros la aceptamos porque sabemos que es el discurso
oficial, es aquello que debemos creer. Porque el sistema no va a cambiar,
joder, porque están los de arriba que nos dan de comer a los de abajo y eso es
así desde Zoroastro. Pero supongamos que los publicistas, en lugar de contentar
a los que nos embridaron hace siglos, pretendiesen darles una (buena, creo)
patada en el culo. Remover conciencias de verdad, maltratar la metafísica y la
romántica de la pobreza. Hagamos un ejercicio de imaginación.
Supongamos que en el comercial no sale un señor de
barrio Puente Vallecas, Villaverde, Alcorcón, Getafe, Pinto, Fuenlabrada, etc.
alguien que sabe que la única forma de poder tomarse unos daiquiris en Bali es
solo con la Lotería o con el pelotazo. En lugar de situarlo allí, en esos
lugares que parecen como sórdidos para los que están arriba, el comercial se
hubiese situado en el barrio de Salamanca, una de las zonas pijas de Madrid. Vemos
a un señor millonario, con la vida resuelta (con tres vidas posibles
resueltas), que acaba de realizar una llamada a uno de sus subalternos para que
ejecute un ERE el día 22 por la mañana. Le vemos alegre, pese a que sabe que no
le tocó la Lotería. Su mujer le dice que baje al bar a felicitar a Arturo que
es el mánager de una cadena de locales, donde el suele desayunar mientras lee
El País. Un poco cariacontecido, pues eso de felicitar la alegría ajena no es
plato de buen gusto, decide ir a la cafetería del barrio donde los camareros
sudamericanos, que no les dejaban comprar el billete de Lotería, sirven vino y
champán a los ricachones a los que les tocó el boleto. Y, claro, Arturo le guardó
el boleto de lotería a nuestro millonetis. Todos ganan. Al final, este hombre también
sale por la tele. Quién sabe, a lo mejor lo aprovecha para limpiar algo de
dinero sucio.
Yo hubiera pagado por ver ese anuncio, lo juro, como
hubiera pagado por ver arder Troya.
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