Gigante ahogado
"EN LA MAÑANA DESPUÉS de la tormenta las aguas arrojaron a la playa, a ocho
kilómetros al noroeste de la ciudad, el cuerpo de un gigante ahogado (…) En el momento en que alcanzamos las dunas sobre la playa, ya se había reunido
una multitud considerable, y vimos el cuerpo tendido en el agua baja, a doscientos
metros. (…) Yacía de espaldas con los
brazos extendidos a los lados, en una actitud de reposo, como si estuviese dormido
sobre el espejo de arena húmeda. (…) Durante un momento temí que el gigante
estuviera sólo dormido y pudiera moverse pero los ojos
vidriados miraban fijamente al cielo. (…)
Mis compañeros y yo caminamos alrededor de la parte que daba al mar; las
caderas y el tórax del gigante se elevaban por encima de nosotros como el casco de un
navío varado. La piel perlada, distendida por la inmersión en el agua del mar,
disimulaba los contornos de los enormes músculos y tendones.
La gente andaba ahora por todo el gigante, cuyos brazos recostados
proporcionaban una doble escalinata. (…) Hasta había un joven de pie en la punta de la nariz, moviendo los brazos a los
lados y gritándoles a otros muchachos, pero la cara del gigante conservaba una sólida
compostura. (…)
Regresando a la orilla nos sentamos en la arena y miramos la corriente continua de
gente que llegaba del pueblo. Unos seis o siete botes de pesca se habían reunido a
corta distancia de la costa, y las tripulaciones vadeaban el agua poco profunda para ver
desde más cerca esta presa traída por la tormenta. (…)
Un grupo de jóvenes
se había instalado en la cabeza, empujándose unos a otros sobre las mejillas y
deslizándose por la superficie lisa de la mandíbula. Dos o tres habían montado a
horcajadas en la nariz, y otro se arrastró dentro de uno de los orificios, desde donde
ladraba como un perro. (…)
El contorno irregular de la playa había arqueado
ligeramente el espinazo del gigante, extendiéndole el pecho e inclinándole la cabeza
hacia atrás, en una posición más explícitamente heroica. Los efectos combinados del
agua salada y la tumefacción de los tejidos le daban ahora a la cara un aspecto más
blando y menos joven. (…)
Entre las visitas matutinas había una cantidad de hombres con chaquetas de cuero
y gorras de paño, que escudriñaban críticamente al gigante con ojo profesional,
midiendo a pasos sus dimensiones y haciendo cálculos aproximativos en la arena con
maderas traídas por el mar. Supuse que eran del departamento de obras públicas y
otros cuerpos municipales, y estaban pensando sin duda cómo deshacerse de este
colosal resto de naufragio.
Varios sujetos bastante mejor vestidos, propietarios de circos o algo así,
aparecieron también en escena y pasearon lentamente alrededor del cuerpo, con las
manos en los bolsillos de los largos gabanes, sin cambiar una palabra. Evidentemente,
el tamaño era demasiado grande aun para los mayores empresarios. Al fin se fueron, y
los niños siguieron subiendo y bajando por los brazos y las piernas, y los jóvenes
forcejearon entre ellos sobre la cara supina, dejando las huellas arenosas y húmedas
de los pies descalzos en la piel blanca de la cara.
Al día siguiente postergue deliberadamente la visita hasta las últimas horas de la
tarde, y cuando llegué había menos de cincuenta o sesenta personas sentadas en la
arena. El gigante había sido llevado aún más hacia la playa, y estaba ahora a unos
setenta y cinco metros. (…) la piel blanqueada había perdido ahora la perlada translucidez, y estaba salpicada
de arena sucia que reemplazaba la que había sido llevada por la marea nocturna.
Racimos de algas llenaban los espacios entre los dedos de las manos, y debajo de las
caderas y las rodillas se amontonaban conchillas y huesos de moluscos. No obstante, y
a pesar del engrosamiento continuo de los rasgos, el gigante conservaba una
espléndida estatura homérica. (…)
Descubrí sorprendido que le habían amputado la mano izquierda al gigante. Miré con asombro el muñón oscurecido, mientras el Joven solo, recostado en
aquella percha alta a treinta metros de distancia, me examinaba con ojos sanguinarios.
Esta fue sólo la primera de una serie de depredaciones. Pasé los dos días
siguientes en la biblioteca resistiéndome por algún motivo a visitar la costa, sintiendo
que había presenciado quizá el fin próximo de una magnífica ilusión. La próxima vez
que crucé las dunas y empecé a andar por la arena de la costa, el gigante estaba a
poco más de veinte metros de distancia, y ahora, cerca de los guijarros ásperos de la
orilla, parecía haber perdido aquella magia de remota forma marina. A pesar del
tamaño inmenso, las magulladuras y la tierra que cubrían el cuerpo le daban un
aspecto meramente humano; las vastas dimensiones aumentaban aún más la
vulnerabilidad del gigante. (…)
Cuando visité otra vez la playa, a la tarde del día siguiente, descubrí, casi con
alivio, que se habían llevado la cabeza.
Transcurrieron varias semanas antes de mi próximo viaje a la costa, y para ese
entonces el parecido humano que habla notado antes había desaparecido de nuevo.
Observados atentamente, el tórax y el abdomen recostados eran evidentemente
humanos, pero al troncharle los miembros, primero en la rodilla y en el codo y luego en
el hombro y en el muslo, el cadáver se parecía al de algún animal marino acéfalo: una
ballena o un tiburón. Luego de esta perdida de identidad, y las pocas características
permanentes que habían persistido tenuamente en la figura, el interés de los
espectadores había muerto al fin, y la costa estaba ahora desierta con excepción de un
anciano vagabundo y el guardián sentado a la entrada de la cabaña del contratista. (…)
Varios meses después, cuando la noticia de la llegada del gigante estaba ya casi
olvidada, unos pocos trozos del cuerpo desmembrado empezaron a aparecer por toda
la ciudad. La mayoría eran huesos que las empresas de fertilizantes no habían
conseguido triturar, y a causa del abultado tamaño, y de los enormes tendones y discos
de cartílago pegados a las junturas, se los identificaba con mucha facilidad. De algún
modo, esos fragmentos dispersos parecían transmitir mejor la grandeza original del
gigante que los apéndices amputados al principio. (…)
El resto del esqueleto, desprovisto de toda carne, descansa aún a orillas del mar:
las costillas torcidas y blanqueadas como el maderaje de un buque abandonado. Han
sacado la cabaña del contratista, la grúa y el andamiaje, y la arena impulsada hacia la
bahía a lo largo de la costa ha enterrado la pelvis y la columna vertebral. En el invierno
los altos huesos curvos están abandonados, golpeados por las olas, pero en el verano
son una percha excelente para las gaviotas fatigadas."
J.G Ballard - "El Gigante ahogado"
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