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Pornografía y existencialismo




«Y amablemente invito a una copa a Dodó,
y él me cuenta que incluso los perros se ponen tristes 
después de eyacular.»  Nacho Vegas, En la sed mortal.

Si alguien se pregunta «¿cómo sería vivir en el mundo de la pornografía?» la respuesta debería ser, «mas sencilla». La vida en el porno es tan sencilla que cuando alguien pretende elevar el porno como género acaba por hacer solo una obra porno, pero aburrida. Le pasó a Winterbottom (9 Songs), le pasó a Alan Moore (Lost Girls) y auguro, le pasará a Von Trier (Nymphomaniac). Al menos permitirá a muchos intelectuales pagar y disfrutar por porno sin la culpa de tener que reconocer que aquello es, en realidad, solo eso. Hay algo que casa mal entre el porno y los intentos de intelectualizarlo. A lo mejor porque este bien sencillo. [Prefiero no criticar sin verla: seré de esos hipsters que pueda comentar sin culpa]

No me refiero, como podrán imaginarse, a trabajar en el mundo del porno –como todo trabajo debe tener sus inconvenientes, y sus ventajas por supuesto –ni a todo tipo de porno; la pornografía, en su carrera armamentística llega a extremos que son difícilmente tolerables o para todos los públicos. Tampoco afirmo que fuese un mundo más justo, ni más igualitario, ni mejor. Las discusiones de los estúdios de género sobre el porno quedan fuera de la entrada. Solo me refiero a que sería eso, más sencillo.

Podría decirse que vivir bajo los esquemas particulares de un género de ficción es más sencillo. Parece más fácil vivir en un musical, una película de Chuck Norris o en Scream. Sin embargo, a no ser que tu existencia esté garantizada como en el Show de Truman, vivir en el mundo de las películas de terror, en aquellas de vengadores o en los musicales simplifica la realidad, en efecto, pero no tanto. Cualquier género es irresistible a ser intelectualizado. Puede complicarse hasta el extremo.

Claro, entonces me refiero a que sencillo se opone a complejo, ¿verdad? Pero en qué sentido es sencillo. El porno es sencillo porque se rige por reglas estrictas perfectamente comprensibles. Las variantes son escasas: el número de combinaciones se limita a unas pocas. No es como el lenguaje: pocos elementos pueden producir elementos casi infinitos. Aquí no. Los códigos cambian, pero el fin es el mismo. Las culturas cambian, las prácticas también, cierto; pero en el porno no te despistas, se sabe cómo van a darse las cosas. Además, incluso aunque pudiera darse la sorpresa, esta no es bienvenida. El resto de géneros necesitan renovarse, sorprender, buscar giros. El mundo del porno no necesita eso, es más sencillo. No hay metafísica, ni sufrimiento. Solo ciertas leyes que tienen sentido únicamente en la práctica sexual.

Las reglas hacen la vida más sencilla. O, por lo menos, más aprehensible. Ya lo decía Durkheim que la ausencia de reglas, la anomia, era una de las causas de la infelicidad. El grupo OULIPO en literatura se atrevió a decir algo similar: se puede crear imponiéndose restricciones. Tener reglas no implica, necesariamente, caer en la ausencia de libertad y en el totalitarismo. Solo que hay marcos en los que las cosas pueden convertirse en inteligibles.

Todos los géneros tienen reglas, por eso son géneros. Sin embargo, el porno se resiste al cambio. Es sencillo, ¿para qué liarla? Se puede poner el énfasis en la narrativa que sirve de escusa al folleteo, o en la forma de contarlo, pero oiga, el contenido es bien sencillo. Vivir en el porno es meterse en la cabaña de Heidegger y olvidarse del mundo: «cosy and warm»

¿Existe algún otro mundo similar? Sin duda, el de las ciencias ocultas y la parapsicología es otro ejemplo en el que la vida es más sencilla. Por muy barrocos que tratan de ponerse los representantes del mundo de las ciencias ocultas, su ciencia ni es tan oculta ni tan compleja. Ni la más dificultosa conspiración que puedan inventar (desde los masones, a los cheimtrails, la cara oculta de la Luna o Dios sabe qué), acaban por ser ultraconservadores, previsibles y, sobre todo, sencillos. Comprendernos, saber cómo actuamos y por qué, cómo funciona el universo, las emociones u otras incertidumbres del ser sí son complicadas –complejas, tal vez. El mundo de los niños tuberculosos que mueren en hospitales y, años después, bajan errantes por los pasillos como almas en pena (en este caso literalmente), es bien sencillo. Se presume de metafísica, pero ahí solo queda el vació, como en el porno. No hay nada oculto, todo queda a la vista. Supongo que eso es lo que hace disfrutar: el esquema de iteración, que decía Umberto Eco.

Pero queda una duda. Supongamos que vivamos en el porno. De alguna forma la sociedad se estructuró alrededor de la práctica sexual constante y, además, lograr que esta fuese tremendamente productiva –no veo por qué esto debería ser una locura, organizamos nuestra vida alrededor de la muerte, la destrucción del prójimo, la avaricia y la guerra. En efecto, la vida sería más sencilla. ¿Mejor? Bueno, aquí es cuando la piedra de Sísifo rueda desde lo alto de la montaña. Nos giramos y qué hacemos ¿reír o llorar?

Las reglas del juego serían sencillas. Nosotros no. Las preguntas sobre los porqués, los cómos y los dónde me ubico permanecen. En el esfuerzo sexual todas las dudas desaparecen. Empujas la piedra, pues es la obligación, el automatismo. Y sí, en este mundo, es el castigo. Que sea agradable es otra cuestión bien diferente. Camus se imaginaba a Sísifo mirando la piedra al fondo del barranco y, en lugar de llorar pensaba en él riendo mientras bajaba a comenzar de nuevo su tarea. Ahí, en esa bajada tenía el tiempo suficiente para pensar, para pensarse, para reflexionar y desautomatizar la existencia. Aprehenderla, o algo así. Comprender el absurdo, por bien sencillo que este pueda parecer.

Al ser-en-el-porno también le asaltan las mismas dudas, le asombran los mismos temores y se da cuenta del terrible absurdo de la ausencia de metafísica. Todo está ahí delante. Mientras baja por la piedra –y se estabilizan sus electrolitos, o aquello que el sexo le hizo perder –tiene un rato para angustiarse, como todos nosotros. La pregunta de Camus, surge de igual forma: continuar o matarse. Incluso en el mundo del porno, la existencia sigue siendo el problema fundamental. ¿Continuar o matarse?, esa es la clave del absurdo: ahí está lo sencillo y, a la vez, la pregunta más complicada de contestar una vez se ha observado el absurdo.


Creo que es la entrada más confusa y absurda que he escrito en cuatro años. Voy a recoger la piedra, que tengo mucho trabajo por delante.

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