Contrafáctico
Todo
el que me conoce un poco sabrá que tengo dos obsesiones que nunca lograré
quitarme. Están relacionadas: el tiempo y la muerte. Tengo otras menores,
tienen que ver con un trastorno obsesivo compulsivo de la personalidad (no
confundir con trastorno obsesivo compulsivo) que según los ítems DSM-V parece
que pudiera padecer. Uno es mi constante deseo de reconocimiento –ahí Freud
tiene mucho que decir. Otro es una especie de código moral personal poco
concreto pero del que no me desvió (por ejemplo, tiendo a comportarme con
máximas kantianas, lo cual, reconozco que, a parte de divertido si se ve desde
fuera, es un putada). Otro es un absurdo nivel de autoexigencia que no me ayuda
a mejorar, solo a abandonar. Otra, no soporto es que me mientan a la cara.
En
fin. Volvamos a las principales. Sobre la muerte no hablaré, tampoco hay mucho
que decir que no esté ya en Epicuro (aunque no me consuele). Sobre el tiempo sí
debo decir un par de cosas. Dejo a la cuneta su ontología y su metafísica y me
centro en lo que me importa ahora, aquello a lo que he dedicado (y sigo) algo
más de cinco años: cómo podemos pensar que otro pasado pudo haber sido posible
mediante el pensamiento contrafactual. En lugar de explicar qué es esto
exactamente –más allá que es una disposición de la imaginación mediante la que
tratamos de dar sentido a nuestra experiencia pasada –me centraré en cómo esto
me afecta como persona. Sí, imagino que mi existencia les importa poco a los
que puedan leer esto. Bien, les aconsejo que no sigan en ese caso: ya haré otra
otro día que a lo mejor resulta más interesante.
Si
no estoy equivocado, uno de los argumentos de Nietzsche sobre cómo podemos
quedar atrapados en nosotros mismos incapaces de superarnos es sucumbir al peso
del pasado. La Historia, mal entendida, o vivir del pasado, conlleva caer,
tarde o temprano, en el totalitarismo. El totalitarismo en uno mismo. Por
supuesto, esto también nos deja postrados a los pies del nihilismo, y
condenados a repetirnos una y otra vez. Siempre me he considerado más cercano
al existencialismo que al nihilismo, aunque la diferencia sea sutil en según
que términos. No quiero saber de Sartre en estos momentos, hablo de Camus. En
el Mito de Sísifo describe de una
forma bastante acertada lo que creo debe ser el existencialismo. Sísifo sube la
roca como castigo una y otra vez hasta el fin de los días. Pero siempre que la
roca cae justo cuando alcanza la cima, Sísifo se gira a mirar cómo cae desde la
cumbre. Sísifo comprende lo absurdo, lo terriblemente ridícula que es la existencia,
sin embargo ríe. Ríe mientras baja la colina en busca de su carga. Ríe porque
entiende el absurdo y contribuye a continuarlo, sino que se ríe de ello
mientras sigue sus cosas. La filosofía ha desdeñado en cierta medida la risa
(que no la ironía, pero son cosas distintas, no me engañéis): Camus lo vio
claro, ríete pequeño cabrón, que no te queda otra y a los que montan esto les
joden que te rías pese a que continúes tu viaje hasta la tumba. El Nihilismo,
el Sísifo nihilista, nunca reiría: aquello no tiene sentido y nada lo tiene;
mejor dejarse hacer. Cuando observo el pasado, basculo entre ambas posiciones.
En otros términos, cuando aplico el pensamiento contrafactual puedo ver mi vida
en términos de comedia o tragedia. El resto de géneros se lo dejamos a las
teleseries españolas. Lo que viene ahora aún no sé si es tragedia o comedia,
paradójicamente, pero me hace pensar cómo de distinta hubiese sido mi
existencia.
Esto
es algo que pocos saben, aunque lo he contado en más de una ocasión. Dada mi
posición en este mundo, parece pura invención, pero no lo es. Podría
certificarlo.
En
el 2004 terminamos un cortometraje llamado Ritmo y Furia. Era un musical de
hostias, como nos gustaba llamarlo (bueno, es un musical con hostias). En aquel
momento trabajé en el corto intensamente junto con el resto de directores /
productores y amigos Fernando José Martínez y Alfonso García. Fue un infierno
de edición pero lo sacamos adelante. Sucede que pensamos este corto junto con
otro que grabamos el año anterior (Killing Rasputin) como carta de presentación
para ver si alguien de la industria del cine podría permitirnos / apoyarnos o
financiarnos. Se dio la feliz circunstancia el verano del 2003 que tuvimos la
oportunidad de conocer a Guillermo del Toro y que se interesase por algunos de
nuestros trabajos. La idea era producir dos buenos cortos para Del Toro para
tratar de conseguir esa deseada producción cinematográfica. Así que nos pusimos
a ello, terminamos los cortos y, además, comenzamos a preparar el guión de un
largometraje (en realidad dos) en caso de que hubiera luz verde. Y el noviembre
del 2004 en el Festival de Sitges se dio cierta idea de esperanza –yo reconozco
que ya la había perdido, pero también reconozco que me equivoco constantemente.
Del Toro no podía ayudarnos directamente, pero nos recomendó que habláramos con
un español al que él estaba ayudando en ese momento: Juan Antonio Bayona.
Lo
que sigue lo viví en tercera persona e involucra a otras de las que no deseo
que sean mis subalternos y quitarles la voz. Así que me limitare a comentar un
par de detalles para llegar al final de este texto. Las reuniones con Bayona
fueron infructuosas por diferentes motivos y la cosa acabó por enfriarse. Tanto
que se perdió. Puff! Como un ninja. Yo me embarqué en otros asuntos relacionados con la Universidad Española y Fernando y Alfonso siguen en
televisión. Aunque no venga al caso, me alegro de que así sea: su talento es
inmenso y está subestimado: pueden dar mucho más estos dos cabrones –es una
opinión, señores de la tele. Bayona es ahora un director internacional de
reconocido prestigio del que ahora podremos ver en breve el piloto de la serie
que pretende ser la sensación de la temporada Penny Dreadful.
Es
inevitable la comparación: ¿Qué hubiera sido de mí si en las reuniones con
Bayona la relación con nosotros hubiera cuajado? Es bastante obvio para mí que
aquel momento fue de inflexión. Ahí la vida iba a girar para un lugar o para
otro. Y me quedé en esta dimensión. En ese momento culpé a Bayona. Bueno, hay
que ser justo, supongo que tampoco es que pudiera hacer mucho por nosotros.
Solo supongo ¿qué hubiera pasado si Del Toro hubiera retirado su apoyo a El Orfanato y apostase por nuestro
guión? Si has llegado hasta aquí supongo que esperas la ucronía. Lo siento, eso
me lo guardo para mí.
La
moraleja de esta historia es que no pasa un día en el que toda mi existencia no
esté condicionada por los eventos del pasado y cómo pudieron haber sido. Uno de
esas experiencias que elaboré mediante el pensamiento contrafactual es está en
la que Bayona es un desconocido y Fernando, Alfonso y yo hacemos un par de
películas buenas buenas, no le damos la mano a Wert y nos encargan pilotos de
series chulas. A lo mejor esto existe en un universo paralelo… o no. Lo
importante es que ese pensamiento sobre lo que no ocurrió opera en mi presente,
mi agencia, mis deseos, mis ilusiones, etc. En definitiva, mi carácter ha sido
moldeado más desde la posibilidad que desde los hechos.
No
lo conseguimos, de acuerdo, pero fue lo que pudo haber pasado la condición que
elabora mi experiencia. El infierno es el pasado cuando se piensa como un
drama. Ahora vivo con ello, y como contarnos como somos nunca es escribir en
piedra, a veces me rio y disfruto pensando en que viví cosas con las que
algunos sueñan, en otras que me caí de la cama mientras soñaba.
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