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Tres Rosas Amarillas (I): A sound of thunder



Divido este post en dos partes para facilitar la lectura del que se atreva a adentrarse. La parte primera es una divagación sobre el género de los relatos de los viajes en el tiempo y la frustración de tener ideas que no llevas a buen puerto. La segunda parte será la reproducción del borrador de un relato sobre viajes en el tiempo que nunca terminaré pero me apetecía compartir. Ni siquiera tiene forma de borrador, solo explicaré y me explayaré en la idea, porque quiero, me hace gracia y nadie está obligado a leerme.


Como ya he manifestado demasiadas ocasiones, estoy obsesionado con el pasado y con los contrafácticos. Motivo por el cual, era de suponer, que me fascinen los relatos sobre viajes en el tiempo. Ese subgénero tiene la particular habilidad para engañarme como los feriantes que venden crecepelo: hasta la más mediocre acaba por engancharme. Esto no implica que carezca de un espíritu crítico al respecto y, sobre todo, deje de pensar sobre los problemas de guión que implica un relato sobre viajes en el tiempo. He escrito aquí acerca del tema al hilo de la fallida serie Refugiados. De hecho, los guionistas suelen caer en ciertos tópicos y errores comunes porque pensar en cuatro dimensiones da dolor de cabeza, no estamos acostumbrados a que la causalidad no sea lineal o, incluso, que exista la posibilidad de retrocausalidad. No es para nada intuitivo. Así que, en el mejor de los casos, estos relatos nos dejan películas como Back to the Future o el cuento Todos vosotros Zombis, y en el peor cosas como Refugiados.

Llevo años tratando de escribir un buen relato de viajes en el tiempo. Tengo alguno nunca publicados y muchos a medio hacer. Dados los referentes que me gustan, cada día lo veo más difícil que lo consiga. Me exijo un nivel que ni tengo ni voy a lograr; me condiciono solo por el hecho de que mis referentes sean ya demasiado buenos. Considero que no tengo nada nuevo que decir. No es un mal que me afecte solo con esto, me pasa con muchas otras cosas y así me va. Hostia, que me da que me voy a quedar en la miseria, siempre en un standby perpetuo, pero esto no bien ahora a cuento. Tenía incluso un relato parecido a la trama de Refugiados, solo que centrado en el humor y en situaciones cotidianas; no lo escribí y dudo que lo haga. Señalo, de paso, que uno de los problemas de Refugiados es que confunden cercanía y cotidianeidad con circunscribir la acción en una localización en el bosque, un poco como en Señales. Para mí la cotidianidad tiene más que ver con lo que Alfred Bester pincela en The Stars my Destiny sobre cómo el mundo de la vida diaria se ve alterado seriamente en el momento en el que todos los seres humanos aprenden a teleportarse.

El problema de los relatos de viajes en el tiempo, salvo las escasas excepciones que hacen grande el subgénero, es que suele centrar todo su peso precisamente en la coyuntura del viaje. Es como cuando toda la trama de un relato gira alrededor de un rasgo específico y lo demás no importa. Quería poner algún ejemplo como ese de Resnais (o J.L. Godard, tanto da) que insinuaba que si tenías una mujer ya no necesitabas crear una historia porque el simple hecho de ser mujer es en sí un relato apasionante; pero creo que se me va a entender mal y pensar que soy un machista redomado, cosa que, pudiera ser, aunque mi opinión es bien distinta: aquí los machistas son los que dan por hecho ese aforismo, que, por cierto, son hombres. Retomo: lo que debería ser una excusa, el viaje en el tiempo, se convierte en el eje central del relato. Los buenos relatos, en cambio, utilizan el aparataje de los viajes en el tiempo para narrar algo más interesante. Lo dicho, yo no llego a tanto, me quedo en los lugares comunes que paso a describir.

Los dos rasgos que suelen repetirse en todo relato de esta clase son la anagnórisis y las paradojas. Están relacionadas, pero no necesariamente. Muchos relatos tratan sobre el peligro intrínseco de alterar una acción (o realizar una omisión) en el pasado. Así que la trama va sobre cómo se va al pasado, se cambia algo y al volver, ¡coño, la que se ha montado! A ver si la teoría del caos va a ser verdad. El sonido del trueno, totalmente. Así que todo va de voy y vuelvo a ver si lo arreglo esto pero esto no hay Dios que lo arregle. La conclusión de estos relatos puede llevarnos a un lugar peligroso: que por muy mal que estén las cosas mejor dejarlas igual que siempre pueden ir peor; este, guste o no, es el mejor mundo posible, algo de lo que Voltaire se burló mediante Cándido.

El caso de la anagnórisis es más divertido y tiene mucha variantes, pero el resultado es el mismo: el viajero del tiempo acaba por reconocerse así mismo en el pasado como el causante de algo que sucedió (y que tiene consecuencias en presente). Por tanto, durante el relato él es incapaz de darse cuenta de que aquello que ha ido a resolver, buscar, investigar, tratar, etc. está relacionado con él mismo. En ese sentido se parece al relato detectivesco fundacional de Edipo Rey (y por extensión a toda la tragedia griega que siempre tenía su momento de anagnórisis). E.g., viajo en el tiempo para evitar que mi mujer se acueste con un sujeto. La pillé con alguien pero como no tuve valor para enfrentarme a la situación pues viajo al pasado antes de que ocurra y lo soluciono. Lo hago pero llego muy pronto y lo que pasó es que fui yo el que se acostó con mi mujer y mi yo del pasado es el que me observa desde la distancia. O mi ejemplo favorito: En el relato de Moorcock “He aquí el hombre”, el astronauta que viaja para conocer a Cristo y comienza la búsqueda por todo Judea explicando que necesita encontrar a un señor llamado Cristo (“mesias” , que viene a ser como decir busco a Paco en la España de los cincuenta). Claro, el tipo debe explicarse bien para encontrarle y sigue el camino que se cuenta en la Biblia. Le sucede un efecto Brian y conforme él predica lo que Cristo predica él acaba por convierte en Cristo. Cuando le crucifican el tipo se siente bastante desconcertado. No podría ser de otro modo, supongo.

Todo esto viene a cuento, aparte de repasar algunos aspectos de estas narrativas, sobre mi frustración constante como escritor. Genero palabras por un tubo pero no logro que estás se ordenen de una forma precisa para lograr captar el interés por el tiempo suficiente en el lector. Más bien, lo que creo es que no destaca en sentido alguno y acabo por sentirme como si hablase con la pared, solo que ahora, gracias a Facebook y demás, existe la posibilidad de compartirlo, irónicamente, en un muro. Pero, sobre todo esto, hablo sobre esos relatos perdidos que nunca se llegarán a cuajar dedicados a temas que me apasionan por mi falta de seguridad en mí mismo. Envidio a ciertas personas que conozco pero con las que tengo poco trato la seguridad que tienen en sí mismxs.

En el comic The Sandman, Neil Gaiman proponía una idea muy bella. En el reino de sueño existe una biblioteca casi infinita, como la de Borges, solo que ahí están todos los cuentos soñados y nunca escritos. Bonito, ¿no? Si en la de Borges en realidad era esa infinitud de variables nunca llevadas a término sobre las novelas existentes (podría existir un ejemplar idéntico en plantas diferentes solo que el autor modificó una coma), en la de Gaiman los que viven en Sueño tienen la opción de seguir leyendo a Shakespeare, Camus, Marlowe, Cervantes y tantos otros que en ese estado entre la vigilia y el sueño ordenan sus pensamientos. Pero también están los de la gente común: relatos increíbles que nunca llegaron a escribir, a veces con nombres hilarantes y grandilocuentes, como “un relato increíblemente bueno sobre una muchacha rubia”. Pero Gaiman no se ríe de los escritores aficionados. En la gran literatura encontramos ejemplos de ese tipo, que, además, cumplen con lo prometido, como es “El mejor relato del mundo” de Kipling, sobre la metempsicosis. En el fondo, Gaiman le quita mucho hierro a esa idea tan extendida, me da que desde Sócrates, de que los artistas, como médiums de los dioses, lo son por puro azar. No merece si quiera aprender la habilidad relacionada con el artista (la idea de tejne, o el artifex de la Edad Media es el justo contrario a esto) porque, en realidad solo están trasmitiendo aquello que le dictan las musas o los dioses. Esto se tradujo en nuestro lenguaje a que nacemos con ciertas capacidades que determinan lo que podemos hacer o no.

No puedo estar más lejos de esta afirmación: todo saber se aprende. No es de extrañar que haya más escritores entre los que tuvieron oportunidad de cultivarse, estar en familias aficionadas a la lectura o de tradición de trabajar en el medio de la palabra (o la imagen si hablamos de otras formas de arte). Además, si estas habilidades fuesen naturales cualquiera que las poseyera podría objetivamente destacar sin la necesidad de crearse redes de promoción: esto es, su mierda se vendería sola como el cristal de Heisenberg. Y esto no es así. Los talleres de escritura no son lugares de autoayuda para encontrarse a sí mismo y su propia voz (aunque algo de eso hay e, incluso, debería ser) pero escribir un buen relato también es cuestión de técnica y saber hacer: los consejos de Bolaños sobre cómo hacer relatos son brillantes, googleenlo. En otras palabras, necesita trabajo esfuerzo y aprendizaje.

La única máquina del tiempo que tenemos hasta ahora es mental. Volvemos y cambiamos las cosas, calculamos qué podría haber sucedido, pero los cambios nunca son efectivos. Como mucho nos sirven para que en el futuro las cosas no se vuelvan a repetir si disponemos de esa posibilidad. Tal vez sea lo mejor: los turistas del futuro podrían ser muy pesados. Pero siempre recuerdo las palabras de la película Solas de Benito Zambrano: “Deberíamos tener dos vidas, una de ricos y otra de pobres. Así el pobre puede saber lo que es ser rico y el rico lo que es ser pobre.”

Para ir acabando esta divagación producto de condiciones ignominiosas que callaré, creo que lo divertido del relato del viaje en el tiempo no debería ser solo los juegos paradójicos ni las anagnórisis sino que indaguen sobre los efectos en la identidad de cada persona poder ordenar su vida en cuatro dimensiones. Esto es, que la cuarta dimensión no esté estructurada linealmente como la percibimos. Las posibilidades son infinitas.

La continuación de esta entrada es el esbozo del relato que nunca escribiré, que quiero compartir, pero que, irónicamente, está articulado en torno a las dos ideas de anagnórisis y paradojas. Por eso mismo, jamás llegué a terminarlo.


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