La distancia más corta
La historia la escuché en sitios
diferentes. Va tal que así:
Un director ejecutivo se planta ante las peticiones de un
empleado. Por lo visto el empleado está tratando de hacerle ver al director que
puede maximizar la productividad de la empresa si llevan adelante algunas de
sus propuestas. Es una renovación en toda regla de las estructuras de compra-venta
para adaptarse a los tiempos modernos. No se trata solo de ganar más dinero,
sino de situar a la empresa en el camino de la innovación. Esto implica invertir
una importante suma de capital, tal vez, a fondo perdido.
El directivo trata de enfriar los ánimos del empleado de la
siguiente manera: «Mira chico, cuando
los americanos estaban metidos en el programa espacial se dieron cuenta de que
los bolígrafos dejaban de escribir en gravedad cero. Es un
problema serio: escribir es una actividad fundamental. Así que pusieron a sus
mejores activos en el asunto e inyectaron todo el dinero posible para fabricar
un bolígrafo que escribiese en gravedad cero. Mientras tanto, la URSS se pudo
poner por delante de los americanos y mandar varias misiones fuera de la
Tierra. Un día, los científicos dieron con la solución: habían logrado inventar
un bolígrafo capaz de escribir en el espacio. Un coste desproporcionado que
había merecido la pena. En un encuentro diplomático, un mandatario americano
sacó uno de esos bolígrafos ante el embajador ruso. Le dijo, “ve como la
tecnología estadounidense siempre estará por delante de la soviética. Ahora
podremos tomar notas en el espacio. Nadie nos parará”. El soviético arqueó una
ceja, rió con ganas y buscó en su bolsillo algo para ponerlo delante de la
cara del americano. “Nosotros, camarada, usamos esto”. Aquello a lo que se refería el
soviético y que mostraba con orgullo al americano era un lápiz».
En algunos lugares dan la anécdota por verídica (lo del boli y el
lápiz, lo demás es un adorno, por supuesto). La moraleja de la historia siempre
se me ha resistido un poco, pero parece que viene a significar que no siempre
el camino más complicado es el adecuado para solucionar un problema. ¿Para qué
una inversión técnica cuando en lugar de inventar algo novedoso se dispone ya
de las herramientas adecuadas? ¿Para qué un bolígrafo de cero-G si ya tenemos
lápices? Eficiencia tecnológica aplicada a la tecnocracia administrativa sobre
en qué invertir. Señores científicos, pongan sus pies sobre la tierra en lugar
de tratar de ir cinco pasos por delante: no creen problemas nuevos donde no los
hay solo por su propia egolatría. La imagen que deja del científico es un tanto
desoladora.
La historia es falsa. Para empezar, los astronautas estadounidenses
utilizaban lápices en sus misiones tripuladas, al igual que los soviéticos. Sin
embargo, cayeron en cuenta de algo fundamental: los lápices podían ser muy
peligrosos en el espacio. Por una parte, podrían arder en caso de incendio; es
poco probable pero mejor prevenir; por otra parte, más importante que lo
anterior, los lápices tienden a descabezarse. Que una mina de pizarra flote por
la nave sin control con un tamaño tan minúsculo podría provocar un incidente
peligroso, como que se metiese dentro de alguno de los costosos y precisos
aparatos de la nave. Por tanto, inventar un bolígrafo con el que pudiera
escribir en el espacio está lejos de ser un capricho trivial: podría ser la
diferencia entre la vida y la muerte.
Pero hay algo más. El mero hecho de invertir en esa tecnología,
incluso aunque no tuviera el fin de la conquista espacial, tal vez ya merecería
la pena por la cantidad de conocimiento que su diseño podría aportar: esto es,
controlar una parte de un medio que no es nuestro hábitat natural. Terraformar
el vacío con un bolígrafo que desafía la naturaleza de la gravedad cero. Es un
logro para la humanidad. Como cuando adaptamos el nicho terrestre y extrajimos información eficientemente: comenzamos a manipular el discurrir
natural de las cosas para generar efectos diferentes a los esperados.
Así que si alguien les viene con la historia del lápiz estén en su
derecho de recordarles que, a veces, el camino más corto entre dos puntos no se
dibuja con una línea recta.
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